sábado, 10 de marzo de 2018

Privilegiados


En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
"Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios." (Juan 3,14-21)

Merece la pena empeñarse en comprender y, sobre todo, vivir que nuestra fe, nuestra relación con Dios y la relación de Dios con nosotros, con los hermanos, con la naturaleza, con… tiene un comienzo, “tanto amó Dios al mundo”, un objetivo, “que el mundo se salve” y un ofrecimiento, “la luz vino al mundo”. Vivir desde estos parámetros que el evangelio de Juan nos narra es, creo yo, comprender algunas de las claves más importantes del mensaje de Jesús  y del por qué de una vida de seguimiento a ese "Hijo único de Dios".
Todo comienza como una historia de amor inacabable. Todo comienza con una historia de amor de Dios, Él toma la iniciativa, hacia cada uno de sus hijos y con un deseo interminablemente perseguido: que todos “tengan vida eterna”. Para hacer realidad este objetivo incluso “entregó a su Hijo único”. Lo demostró desde el comienzo de la historia, en el recorrido del pueblo de Israel,… y por si fuera poco, su llegada entre nosotros en la sencillez de un establo. Todo por puro amor a todos y cada uno de sus hijos.
Es cierto que ante semejante expresión de amor, ese mismo Padre respeta la libertad de sus hijos para participar en ella u optar por otras historias diferentes. El evangelio de Juan es muy claro al hacer referencia a ello: “la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz”. Es bueno que repetidamente nos preguntemos si queremos que Jesús sea la luz que ilumine nuestro caminar o preferimos otras “iluminaciones” diferentes o, sencillamente, optamos por vivir en las tinieblas.
Y también tiene razón el evangelio cuando dice que a veces preferimos no acercarnos a la luz para que no queden al descubierto nuestras miserias. Lo que la Iglesia en general está haciendo en este tiempo de Cuaresma, y a lo que todos estamos invitados, es precisamente acercarse lo más posible a Jesús para que sea Él quien ilumine nuestra manera de vivir y queden al descubierto nuestras buenas obras y también esas actitudes que afean nuestro caminar. ¿No merece la pena poner al descubierto y tomar conciencia de todas las cosas buenas que hacemos día a día?¿Es mejor dejar en tinieblas lo que no nos deja ser felices y “tapar” nuestras miserias para que terminen amargándonos la vida? No parece lo más inteligente. Nunca vamos a poder avanzar si no partimos de lo ya conseguido y si no somos conscientes del camino que nos queda por recorrer.
Nos vendrá bien acercarnos a Jesús, dejarnos iluminar por su luz de manera que nos sea mucho más fácil ser felices (tenemos experiencia de ello), estar más contentos con nuestro actuar y habremos desterrado esos lados oscuros que todos tenemos y que nos impiden alcanzar ese deseo común llamado felicidad.
Aprovechemos la ocasión que se nos brinda en este tiempo de sentirnos parte de una historia de amor a la que somos invitados y cuyo objetivo final no es otro, como bien dice Juan,  que “tengamos vida eterna”.
¡¡¡Sintámonos privilegiados!!!

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