sábado, 9 de diciembre de 2017

"Una voz grita"



“Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.” (Isaías 40, 3 y 4) 

Un breve comentario sobre la primera lectura que leeremos en todas las Eucaristías de este fin de semana en nuestras celebraciones. Una lectura que no puede faltar en este tiempo de Adviento en el que todos los creyentes debiéramos estar dispuestos a gozar con los preparativos propios para favorecer la llegada de Dios a nuestras vidas.
Un texto del profeta Isaías que es recogido en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas y proclamado por Juan Bautista, por el “anunciador” de la llegada del Mesías. Un texto con una actualidad indiscutible si aceptamos la invitación que se nos realiza: “Preparadle un camino al Señor”.
Actualidad porque hoy, tal vez más que en otros tiempos, es necesario realizar un esfuerzo para preparar el camino, para dejar un hueco en nuestras vida y en la sociedad a ese Hijo de Dios que quiere hacerse presente en nuestra historia. No corren buenos tiempos para dejar un hueco a ese Mesías, a ese Salvador,… están prácticamente ocupados todos los huecos por otras realidades a las que, al parecer, les hemos dado más importancia y a las que hemos dejado todas las puertas abiertas y todos los caminos bien embreados. No quiero hacer un elenco de esa realidad pero recordemos la facilidad que hemos dado a las vacaciones, a los regalos, a las decoraciones, al consumo, a las apariencias,… Evidentemente los caminos que mejor se preparan son diferentes a los caminos que Jesús “utiliza” para llegar hasta nuestras casas.
Da la impresión que esos caminos utilizados por Jesús están sin las “señales bien visibles”, con demasiados “baches” y con cunetas “repletas de zarzas” que hacen difícil la llegada de Jesús a nuestro mundo. Hemos apostado por las carreteras que nosotros hemos considerado que llevan a mejores destinos y nos hemos olvidado de cuidar los caminos realmente importantes, los caminos que llevan a la felicidad y a esa paz interior anhelada por una parte importante de nuestra sociedad.
Bien. Imaginemos que nos ponemos manos a la obra y nos empeñamos en preparar ese camino al Señor. ¿Y cómo? Es fácil preparar el camino al dinero (lotería, horas extras, injusticias,…), es sencillo preparar el camino al consumo (dejarse llevar por la publicidad, dar rienda suelta al deseo de cosas,…), no es complicado preparar el camino a las apariencias (dejarse llevar por las modas, dar importancia a lo exterior,..) y ¿en qué consiste la “preparación del camino al Señor”?
Es bueno que la respuesta la busquemos en el mismo texto con el que encabezamos estas líneas: “que los valles se levanten y las colinas se abajen”, “que lo torcido se enderece y lo escabroso de iguale.” Parece que se nos indica que aprovechemos este tiempo para adecuar nuestra manera de vivir a lo que el mismo Jesús nos fue indicando a lo largo de la predicación de su mensaje.
El texto de la Palabra de Dios nos indica la necesidad de realizar algunos cambios en nuestras vidas. Que enderecemos aquellas cosas que están torcidas en nuestra manera de vivir el mensaje de Jesús. A cada uno de nosotros nos toca descubrir cuáles son esas cosas torcidas que necesitan enderezarse, a cada uno nos toca mirarnos hacia dentro y descubrir cuáles son esos “valles a levantar” y esas “colinas que necesitamos abajar”.
¿Será el no ser Buena Noticia para quienes viven a mi lado? ¿Será confiar en los bienes materiales como mis “salvadores”? ¿Será que veo en quien vive a mi lado un enemigo en lugar de un hermano? ¿Será que vivo mi fe como una carga en lugar de como una liberación? ¿Será que dejo a Dios solo para los momentos en los que no tengo otros asideros? ¿Será que…? 
El Adviento es una buena ocasión para responder a este tipo de preguntas, o parecidas, y también para lanzarnos a vivir desde la esperanza, el amor y la confianza en un Padre que nos abraza a diario y que quiere que le preparemos un ambiente agradable a su Hijo para que acampe entre nosotros. No es una mala invitación y merece la pena responder a la misma.

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