jueves, 19 de mayo de 2016

Discusiones por el camino

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» (Mc. 9,30-35)

Parece mentira que hayan pasado tantos siglos y sigamos con las mismas discusiones de los primeros discípulos de Jesús. En cuanto escucharon de boca de su Maestro que iban a matarlo, y sin entender muy bien lo que significaba la anunciada resurrección, enseguida se crea una conversación para ver quién va a ser su sucesor, quién va a ser “el primero” del grupo.
Es increíble cómo se repite la historia. En cuanto hay un mínimo espacio que “huele a poder”, basta con el “olor”, ya se produce una hilera de voluntarios para ocupar ese espacio, aunque sea mínimo lo que hay en juego. Y no precisamente se trata de una cola relajada y comedida sino una fila en la que hay empujones de toda clase y con las maniobras que sean necesarias. Todo vale por ser el primero o, cuando menos, estar cerca del primero.
Me da la sensación de que este trocito del evangelio debiera estar colocado como cartel de advertencia en muchas administraciones, en muchos puestos de trabajo, en muchos servicios públicos,… y también en muchas sacristías e incluso en algunos hogares: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos
Abres los ojos con un poco de detenimiento para observar la actitud de quienes son autoproclamados “servidores de la sociedad” y te encuentras, antes de nada, con las prisas por llegar a ser el primero. Lo estamos viendo en el espectáculo de las elecciones que se van a repetir porque nadie estaba dispuesto a dejar de ser “el primero”, lo vemos en la innumerable cantidad de estadísticas que recibimos, día tras día y de todo tipo, en las que se nos indican si las cosas están o bien o mal dependiendo de lo cerca que nos encontremos del primer puesto, desde pequeños se nos premia ser los primeros de clase o de las actividades extraescolares,…
Y tampoco es difícil descubrir que el servicio a los demás, “a todos”, no es una actitud que esté de moda en nuestros días, o al menos esa es la impresión que recibes cuando analizas algunas realidades de las que somos informados día tras día. No parece hacerse un servicio a los refugiados que se han tragado un invierno con un plástico por techo y un lodazal por suelo, no parece hacerse un servicio a quienes se les corta la luz o el gas porque tienen que elegir entre comer o pagar una factura, no parece hacerse un servicio a quienes necesitan una mano amiga y se les responde con normativas draconianas, no parece hacerse un servicio a quienes nadie escucha porque no tienen quienes alcen su voz,… Todos podemos completar este listado.
Sabemos, porque todos lo hemos vivido, que cuando nos colocamos junto a los últimos, cuando nos hacemos “el último de todos”, cuando nos ponemos al “servicio de todos”, cuando tomamos como nuestras las dificultades de quienes nos rodean, cuando aportamos lo que está en nuestras manos, cuando…, nos sentimos bien, somos más felices y comprendemos la fuerza de las palabras de Jesús. No es una frase más o menos afortunada sino una verdad experimentada por todos que merece la pena convertirla en actitud de vida.

Sirvan estas líneas como invitación para que hagamos un esfuerzo por descubrir la fuerza de optar por “el último”, de hacerse "el último" y ponerse a su servicio. No discutamos por el camino de la vida sobre manera más rápida y eficaz de alcanzar el primer puesto sino cómo experimentar la alegría de vivir al servicio de los demás y con el estilo marcado por Jesús: haciéndonos “el último de todos”.

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