martes, 31 de mayo de 2016

Partir y repartir... para que sobre

En aquel tiempo Jesús se puso a hablar a la gente del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Al caer el día se le acercaron los doce y le dijeron: «Despídelos para que vayan a las aldeas y caseríos del contorno a buscar alojamiento y comida, pues aquí estamos en descampado». Pero Jesús les dijo: «Dadles vosotros de comer». Ellos le dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces. ¡A no ser que vayamos a comprar alimentos para toda esta gente!». Pues eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se sienten en grupos de cincuenta». Así lo hicieron, y dijeron que se sentaran todos.
Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a los discípulos para que se los distribuyeran a la gente. Y todos comieron hasta hartarse. Y se recogieron doce canastos llenos de las sobras. (Lc 9,11b-17)

Al leer o escuchar el milagro de Jesús de la multiplicación de los panes y los peces es fácil imaginarse algunas de las estampas que seguramente sucedieron en aquel atardecer.
Es fácil imaginar cuán a gusto estaría aquel gentío escuchándole a Jesús por lo novedoso de su mensaje, por utilizar un lenguaje fácilmente comprensible, por un atardecer en la montaña con una temperatura agradable,… Me imagino al grupo de seguidores de Jesús que estaban descontentos con la manera de actuar de los romanos con las tradiciones judías y, sobre todo, con la extorsión a través de los impuestos, que era lo que más les interesaba a los representantes de Roma.
Es fácil imaginar la sorpresa de los judíos religiosos que estaban escuchando que a Dios había que darle culto no solo en el Templo sino con el corazón y en el trato con los hermanos más necesitados y, sobre todo, la atención que prestarían a quien se había proclamado, en la sinagoga de su pueblo, como el Mesías esperado y deseado por Israel durante siglos.
Me imagino muchas cosas, probablemente irreales algunas pero otras, seguramente, bastante cercanas a la realidad. Es una página del evangelio que apetece recordar de vez en cuando. Una página agradable en cualquiera de sus "versiones". (Mt 14, 13-21; Mc 6,30-44; Jn 6,1-13).
Agradable, sobre todo, cuando dedicas un tiempo a responder a las preguntas que nos enseñaron a hacernos después de cada uno de los milagros de Jesús: ¿por qué y para qué hizo Jesús este milagro? ¿qué quería explicarles a aquella gente que le seguía? Y, ¿qué sentido tiene para nosotros hoy recordar este milagro de Jesús?
Se hace fácil comprender e incluso explicar lo que Jesús quería comunicar. Fue rotundamente claro con su manera de actuar: partiendo, repartiendo, con la bendición de Dios, “sobran doce cestos”, aunque se parta de una realidad tan irrisoria como “cinco panes y dos peces” para dar de comer a semejante gentío.
Quienes habían propuesto despedir a la multitud para que fueran a buscar plato y posada, quienes tenían aquellos pocos panes y aquellos peces, quienes dudaban si el hijo del carpintero de Nazaret era un embaucador o un enviado por Dios, quienes seguían a Jesús para ver si podían sacar algo en provecho propio, quienes… Todos pudieron asistir con absoluta admiración a una de las lecciones más contundentes de Jesús sobre la necesidad de compartir lo pequeño para que alcance a todos e incluso se llenen “cestos de sobras”. Solo faltaba aceptar la invitación de ponerlo en práctica.
Y esa, y no otra, es la invitación que se nos sigue haciendo a nosotros cada vez que recordamos este pasaje del evangelio. Partir y repartir para que alcance a todos e incluso haya sobras por recoger.
Invitación que es evidente que nuestro mundo no la ha aceptado. Es libre y ha elegido otro camino. Ha preferido aceptar la invitación de creer en la fuerza de lo grande y del amontonar en lugar de buscar la solución a nuestros problemas en lo pequeño y en el “partir y repartir”. La solución a nuestros “males” no es encontrar la semilla que dé más grano por hectárea para que alcance a muchos y poderlo compartir con quienes no la tienen sino que el objetivo es producir lo máximo posible para poder controlar las “ingenierías del hambre” y alcanzar un poder cada día más elitista.
Triste, pero esa es la elección de nuestro mundo. ¿Se parece en algo a la propuesta de Jesús? Parece que no.
Hoy tenemos trigo para todos, tenemos carne para todos, tenemos techo para todos, tenemos educación para todos, tenemos energía para todos, tenemos… para todos. Incluso para llenar muchos cestos de sobras…y de todo. Solo nos falta aceptar la invitación de Jesús: partir y repartir, con la bendición de Dios, para que pueda sobrar. Solo hay que leer los datos puros y duros. Nunca en la historia ha habido “tanto de todo” y nunca ha habido tanta diferencia entre “a los que les sobra” y “ a los que les falta”.
¿Podemos esperar que los poderosos den pasos para enmendar la situación? ¡¡¡NO!!!!. No nos equivoquemos. En la narración del evangelio no fueron al “supermercado de la zona” a por carromatos de comida para tanta gente. Solo cinco panes y dos peces, partidos y repartidos. Solo.
O comenzamos nosotros a compartir, partir y repartir lo poco que tenemos o… no parece haber un camino alternativo. A quienes han montado todo este “chiringuito” de alcanzar el poder por encima de todo, y de todos, no les vamos a convencer de que con “cinco panes y dos peces” podemos hacer que alcance a todos. A quienes están tan cómodos en el vértice de la pirámide no les podemos pedir que nos ayuden a repartir. Es ir contra el primero de sus principios, contra el objetivo central de toda su actividad. Imposible. No podemos esperar que nos ayuden. 
No perdamos la confianza plena en el partir y repartir todos los días lo pequeño, incluso lo que nos puede parecer ridículo, porque, con la bendición de Dios, alcanzará para todos y… sobrará. A aquellos hombres, mujeres y niños del evangelio seguro que les costaría “tumbarse en la hierba” a la espera de que les llegara “la ración” porque había demasiado poco para repartir… pero sobró.

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