viernes, 12 de enero de 2018

Para leer despacio...


Esta mañana he tenido la oportunidad de recordar este texto del Antiguo Testamento y me parecía que estaba leyendo un análisis “actual” de nuestra realidad. Basta cambiar la palabra “rey” por la palabra “dinero” o “tener” o “poder”… y cambiar “los ancianos de Israel” por “los mandatarios de nuestro mundo” y… Yo creo que no está lejos de lo que hoy sucede en nuestros pueblos, ciudades y… en el mundo en general. Diferencias de lenguaje y de “estrategias” pero… poco más.
Solo un cambio importante: hay que cambiar la frase “pero Dios no os escuchará” por “y Dios sí os escuchará”. Esa fue una de las insistencias de Jesús en toda su predicación que, por supuesto, Samuel no conoció.
Leedlo despacio y ya contaréis.

Lectura del primer libro de Samuel (8,4-7.10-22a):
En aquellos días, los ancianos de Israel se reunieron y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá. 
Le dijeron: «Mira, tú eres ya viejo, y tus hijos no se comportan como tú. Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones.»
A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a orar al Señor.
El Señor le respondió: «Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey.»
Samuel comunicó la palabra del Señor a la gente que le pedía un rey:
«Éstos son los derechos del rey que os regirá: a vuestros hijos los llevará para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que vayan delante de su carroza; los empleará como jefes y oficiales en su ejército, como aradores de sus campos y segadores de su cosecha, como fabricantes de armamento y de pertrechos para sus carros. A vuestras hijas se las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras.
Vuestros campos, viñas y los mejores olivares os los quitará para dárselos a sus ministros. De vuestro grano y vuestras viñas os exigirá diezmos, para dárselos a sus funcionarios y ministros. A vuestros criados y criadas, vuestros mejores burros y bueyes, se los llevará para usarlos en su hacienda. De vuestros rebaños os exigirá diezmos. Y vosotros mismos seréis sus esclavos. Entonces gritaréis contra el rey que os elegisteis, pero Dios no os responderá.»
El pueblo no quiso hacer caso a Samuel, e insistió:
«No importa. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos. Que nuestro rey nos gobierne y salga al frente de nosotros a luchar en la guerra.»
Samuel oyó lo que pedía el pueblo y se lo comunicó al Señor.
El Señor le respondió:
«Hazles caso y nómbrales un rey.» (I Samuel 8,4-7.10-22ª)

jueves, 4 de enero de 2018

Estrella, alegría, regalos,...


“Los magos de Oriente, después de oír al rey Herodes, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.” (Mateo 2,9-11)

Es complicado explicar a los más pequeños de nuestros pueblos y ciudades que lo que se celebra el 6 de enero de cada año es una fiesta importante para los cristianos y también podría serlo para los que no lo son o lo son puramente por tradición. Digo difícil porque me parece derrotista definirlo como imposible.
Parece complicado hablar del sentido profundo de esta festividad sin hablar de regalos, de lotería y consumo, del final de vacaciones, del roscón en nuestras mesas, de pereza para recoger los “perifollos” navideños,… Creo que es una pena que hayamos convertido esta preciosa fiesta en una expresión más del sinsentido de consumir porque me apetece, porque me lo puedo permitir o porque me lo indica el calendario.
Una fiesta cuyo centro sigue siendo el Niño acostado en un pesebre que es visitado por representantes de “todas” las razas y pueblos de la tierra. Una visita que comienza con una estrella indicadora del lugar en el que se encuentra “el Salvador”, una visita que produce una “alegría inmensa” y que termina con unos regalos ofrecidos. Parece mentira que hayamos sido capaces de pervertir una fiesta tan hermosa y con tanto sentido convirtiéndola en un sinsentido. Es así, pero eso no quiere decir que tengamos que estar todos de acuerdo en mantenerla de la misma manera y, mucho menos, olvidarnos del sentido profundo de lo celebrado.
Una fiesta que nos interpela sobre si hoy seremos capaces de seguir “la estrella” que nos indica el camino para llegar a Jesús, que nos llama a vivir con inmensa alegría la Epifanía de Jesús y que nos provoca la necesidad de presentar también nosotros nuestros regalos a ese niño acostado en el pesebre.
Me da pena, por no decir rabia, que algo tan hermoso, con tanto sentido para nuestro mundo, y para cada uno de nosotros, se haya convertido en una fecha en la que muchos quieren que se acaben las navidades cuanto antes porque las cuentas corrientes se resienten y porque las básculas parecen haberse vuelto locas.
Algo deberemos de poner de nuestra parte para intentar restablecer esta fecha como una fecha de, insisto, inmensa alegría y de búsqueda constante de ese Jesús Salvador en nuestros pueblos y ciudades, en nuestras casas y en nosotros mismos. Pienso que es necesario hacer un esfuerzo para recuperar el sentido profundo de la fiesta y es imprescindible que comencemos por nuestras casas y nuestro entorno más cercano porque si no es así…
Comencemos este mismo año 2018 recién estrenado y ¡¡¡que ustedes lo disfruten!!!