sábado, 25 de marzo de 2017

"Creo, Señor"

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él. (Juan 9,1-41)

Un ciego de nacimiento que se encuentra con Jesús y cambia radicalmente su vida. Así podría resumirse en una sola frase el contenido del evangelio la Iglesia nos ofrece a los cristianos para este Cuarto Domingo de la Cuaresma. Es cierto que es un resumen “muy resumen” y que bien se merece una lectura pausada, “sin prisa”, y, mejor todavía, si es “compartida”.
Una lectura que puede comenzar por no obviar las dificultades de ser un ciego de nacimiento en tiempos de Jesús. No es que la atención de la sociedad de hoy a quien tiene esa minusvalía sea perfecta pero nada comparable con la realidad de los años en los que centra el evangelio. No quedaba otra opción que dedicar la vida a mendigar, a vivir de lo que otros quisieran compartir. Ese era el objetivo de la vida del ciego de nacimiento. Día a día. No era posible otros planteamientos diferentes.
El evangelio nos narra el cambio radical, definitivo, del ciego que tras el encuentro con Jesús, y tras acercarse a la piscina de Siloé, como le indicó quien puso barro en sus ojos, su vida da un cambio drástico. De vivir desde su nacimiento en tinieblas pasa a ver todo aquello que sus otros sentidos le habían ido informando a lo largo de su vida. Ya no tiene que imaginar nada, lo ve, ya no tiene que vivir de lo que le den sino que puede ganarse la vida como los demás, ya no tiene que preocuparse de que nadie se aproveche de su ceguera, ya no… Ahora ve. Sin duda, era lo mejor que le podía pasar.
Pasados los primeros momentos de alegría profunda y de acostumbrarse a su nueva situación vital, el ex-ciego debe pasar el “filtro legal-religioso” que certificara su nuevo estado. A los fariseos, a los “más religiosos entre los religiosos”, no les importa la liberación de la persona sino, como siempre, el cumplimiento literal de la ley, en concreto, haberse saltado la famosa norma del sábado con la que Jesús ya había tenido otros enfrentamientos. Hay confrontación de intereses: el ciego salta de alegría porque ve y los fariseos están ciegos ante el incumplimiento legal.
Concluye la narración de la curación del ciego d nacimiento con otro encuentro con Jesús en el que se le pregunta si cree en quien le ha liberado de su ceguera. La respuesta no podía ser otra: “Creo, Señor”. ¿Cómo no va a creer en quien le ha cambiado la vida” ¿cómo no creer en quien, sin pedir nada a cambio, le ha recobrado la vista? Es evidente, “creo”.
Hasta aquí lo narrado pero, como siempre, leer el evangelio y orar con él es algo más que conocer lo narrado. Merece la pena hacer el ejercicio de dejar iluminar nuestra realidad por él. Tal vez debamos comenzar por preguntarnos cuáles son nuestras “cegueras”. Si somos “ciegos” al mirar a nuestro alrededor porque solo nos interesa “lo mío”, o como mucho, “lo de los míos”. Si somos “ciegos selectivos” que vemos lo que nos interesa y el resto ni nos preocupamos por ello. Si somos “ciegos por opción” de los que no queremos ver a Jesús porque no nos interesa que se ponga en cuestionamiento nuestra manera de vivir y de hacer las cosas. Si somos “ciegos vagos” porque nos hemos cansado de mirar y descubrir demasiadas realidades que nos hacen “daño a los ojos”… Solo quien reconoce su ceguera puede desear recobrar la vista. Para nada es perder el tiempo dedicar un tiempo a descubrir si tenemos algún tipo de ceguera.
Descubrir “nuestras cegueras” para buscar a quien puede liberarnos de ellas, no para quedarnos en ellas. Descubrir nuestras cegueras para salir de ellas pidiendo ayuda a quien nos puede curar. El ciego del evangelio no sabía que quien le había curado era el “hijo del hombre” pero cuando Jesús le dice “lo estás viendo”… entonces no hay duda: “Creo, Señor”.
Creo que es más que evidente que si queremos que el mensaje de Jesús vaya calando de nuevo en nuestra sociedad, si de verdad creemos en la necesidad de que el Reino de Dios, Reino de justicia, libertad, amor, solidaridad, paz,…, siga creciendo en nuestras casas y calles, necesitamos curar las cegueras de las personas con las que convivimos. No hay mejor manera de predicar que curar. Se trata de liberar a quien está “ciego o cojo o preso o desnudo o…”. No caigamos en la tentación de querer liberar a través de normas porque ya conocemos el resultado descrito en el evangelio y también en nuestros días. El ciego del evangelio no creyó porque cumplió las normas sino porque fue liberado de lo que le impedía vivir con dignidad… y creyó.
Es posible que pensemos que ser liberadores de quienes están a nuestro lado nos sobrepasa. ¿Nosotros liberadores? ¿De qué, de quiénes, cómo,..? No estamos solos en el empeño. Si lo intentamos y ponemos en ello todo nuestro empeño, si lo buscamos día a día y no lo hacemos para “salir en la prensa” ni para sentirnos superiores a nadie, si confiamos en Dios y tomamos ejemplo de la forma de actuar de Jesús, si nos dejamos empujar por el soplo del Espíritu y lo hacemos acompañados por la Comunidad… tal vez nos sorprendamos.
Merece la pena leer despacio de nuevo el evangelio.

sábado, 18 de marzo de 2017

Dame de esa agua

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla."… (Juan 4,5-42)

La Iglesia nos invita a gozar con este texto del encuentro de Jesús con la samaritana en el tercer domingo de Cuaresma. Nos lo ofrece como elemento de ayuda en nuestro caminar cuaresmal y parece apropiado no desperdiciar la ocasión.
Un encuentro que tiene muchas lecturas, muchas interpretaciones, muchas maneras de leerlo, muchas… y me apetece “compartir con vosotros” la que me ha surgido hoy tras recordar el texto.
Me apetece dedicar un tiempo de reflexión a ese Jesús “cansado del camino, sentado junto al manantial”. No solo porque nos recuerda a un Jesús “de carne y hueso”, que también es bueno recordarlo de vez en cuando, sino porque me recuerda a un Jesús que va cumpliendo su misión por todos los pueblos y esa no es una labor sencilla sino que a menudo provoca cansancio y trae consigo “la sed”. Son constantes las llamadas que recibimos a ser constantes en la predicación del mensaje de Jesús en nuestra realidad, en nuestros pueblos y ciudades, en nuestras familias y con nuestros vecinos, en ambientes agradables y en otros que no lo son tanto,… Es un camino arduo y también nosotros tenemos “el derecho” a sentirnos cansados.
Un cansancio que se hace más complicado de superar cuando “el clima” no ayuda. Me imagino que la temperatura ambiente de las tierras pisadas por Jesús no eran las más apropiadas para pasar de pueblo en pueblo soportando altas temperaturas y caminos polvorientos. Tampoco el “ambiente socio-religioso” era el más adecuado para predicar sobre un Dios Padre, sobre amar al enemigo o sobre el sinsentido y la injusticia de algunas leyes de su tiempo,...
Hoy a nosotros tampoco nos toca vivir en un “ambiente favorable” para la presentación de un mensaje como el de Jesús. No es fácil hablar a este mundo del compartir frente al amontonar, de justicia frente a intereses personales, de libertad frente a normativas injustas, de fraternidad frente a competitividad, de… No es extraño que, en algunas ocasiones, nos  encontremos cansados, nos apetezca “sentarnos debajo de una sombra” y acercarnos a un “manantial” para calmar nuestra sed y recuperar las fuerzas.
Y, como Jesús en el evangelio, no hemos de tener miedo, ni vergüenza, ni rencor, ni… de pedir que nos dé beber quien parece que nos va a negar lo que necesitamos para mitigar nuestra sed y apaciguar nuestro cansancio. Mujer, samaritana, “acarreadora” de agua,… evidentemente aquella mujer, según los cánones de la época, no era un personaje importante en la escala política, religiosa o social de Sicar. Y sin embargo es la mujer a la que Jesús le pide que le dé de beber.
Hay muchas personas anónimas, personas con las que nos encontramos todos los días, personas sin relevancia social, política o religiosa que, como la samaritana, nos pueden ayudar, y de hecho nos ayudan, a quitar nuestra sed y a calmar nuestro cansancio. Si abrimos bien los ojos y nuestros corazones, y nos desprendemos de estereotipos reduccionistas, nos daremos cuenta de la cantidad de “samaritanas” que Dios pone en nuestro caminar. “Samaritanas” que es una pena que no seamos capaces de descubrirlas en el día a día. Personas sencillas y sinceras que están dispuestas a ayudarnos a superar los baches que todos tenemos, que tal vez no tengan nuestras mismas creencias ni pareceres pero que están esperándonos “con el cubo junto al manantial” para ofrecernos su agua, personas con nombre y apellido que… Personas a las que hemos de estar sumamente agradecidos y expresar nuestra gratitud de la mejor manera que seamos capaces.
Y a esas personas, como Jesús, hemos de saber ofrecerles “agua viva”, hemos de ofrecerles con claridad y serenidad que el encuentro con Jesús es lo mejor que les puede suceder. Un encuentro que terminará con la misma solicitud de la samaritana del evangelio: “dame de esa agua”. No se trata de que les ofrezcamos un listado de normativas a cumplir sino que animemos al encuentro personal con Jesús y su mensaje. Y no se lo ofreceremos en recompensa de lo que de ellos hemos recibido sino porque no hay mejor regalo que obsequiar.
Vayamos al manantial, tal vez sin cubo, pero sí con un corazón humilde que es capaz de pedir agua y de regalar “agua viva”.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Sálvame, Señor, por tu misericordia




Sálvame, Señor, por tu misericordia,
no por mis méritos que son insignificantes,
sino por tu ilimitada bondad de Padre.

Sálvame, Señor, por tu misericordia,
pon luz en mis tinieblas
y regálame agua en tiempo de sequía.

Sálvame, Señor, por tu misericordia,
para que también yo sea misericordioso
y contribuya a la fraternidad universal.

Sálvame, Señor, por tu misericordia
para descubrir a tu hijo Jesús aquí y ahora
y lo pueda mostrar a quienes me rodean.

Sálvame, Señor, por tu misericordia.

sábado, 11 de marzo de 2017

¡Qué bien se está aqui!

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
"Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías."
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
"Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo."
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis."
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
"No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos." (Mateo 17,1-9)

El día de la fiesta litúrgica de la Transfiguración del pasado año, el día 6 de agosto, compartí con vosotros en el blog una reflexión sobre lo vivido en el lugar (Monte Tabor) en el que se localiza lo que este evangelio nos narra y lo que, personalmente, me parece que es el mensaje más contundente de toda la narración y todo lo sucedido: “Escuchadlo”. No me voy a repetir y si alguno quiere volver a leerla lo puede hacer en este enlace: https://compartirsinprisa.blogspot.com.es/2016/08/escuchadle.html
Este mismo texto leído en este tiempo de Cuaresma en el que nos encontramos también me sugiere un breve comentario sobre las palabras de Pedro: “Señor, ¡qué bien se está aquí!…”. Palabras de quien había dejado todo por seguir a Jesús pero estaba en proceso de comprender en toda su amplitud la misión de Jesús.
Aplicados como estamos en la Iglesia en preparar la Muerte y Resurrección de Jesús y dispuestos a gozar de la Cuaresma bien podemos dedicar un tiempo a descubrir si nosotros también decimos, o vivimos, con demasiada frecuencia en el “¡qué bien se está aquí!”.
 Siguiendo la narración de las tentaciones de Jesús de la semana pasada, deberíamos preguntarnos si hemos sentido la tentación de quedarnos como estamos, de quedarnos en “la montaña”, de tener la sensación de que nuestro seguimiento de Jesús ha llegado a un compromiso más que suficiente, si estamos convencidos de que ya conocemos demasiado bien a Jesús y su mensaje y que ya lo ponemos en práctica lo mejor que sabemos y podemos.
Tal vez por la cantidad de asuntos que ocupan mi vida, tal vez porque “ya conozco suficiente” lo que Dios me exige y a lo que intento responder, tal vez porque ya no tengo edad de descubrir “cosas nuevas”, tal vez porque no tengo ánimo para “nuevas luchas”, tal vez por… el caso es que me creo con suficientes motivos como para “quedarme en la montaña”. Sí cerca de Jesús, sí con mi “fe de toda la vida”, sí con el compromiso que adquirí en su tiempo, sí cumpliendo con todas las normas que me enseñaron desde pequeño, sí… pero ya basta, no tengo ni necesidad, ni ganas, ni fuerza, ni… para nuevos retos y para afrontar nuevas experiencias. ¡Estoy bien “en la montaña” y no necesito complicarme la vida!
No es nada nuevo. Pedro también veía que aquella situación vivida de la transfiguración de Jesús en el monte Tabor era una situación ideal. ¿Qué necesidad tenía Jesús, ni ellos mismos, de regresar al “fragor de la batalla” con los poderes políticos y religiosos? ¿Por qué volver a llenarse los pies de polvo recorriendo los caminos de Palestina? Con lo bien que se estaba allí…
Tras la lectura detenida del evangelio, merece la pena que nos preguntemos por esa tentación tantas veces aceptada, creo yo que por muchos, de “quedarnos en la montaña”, de quedarnos “como estamos”, de quedarnos sin otear nuevos horizontes y sin escudriñar desde la fe las nuevas realidades de nuestro mundo y de nuestra iglesia. Es cierto que nos “ilusionan”, y nos ponen en acción, los retos para conseguir “más cosas”, mejores condiciones laborales, el dominio de los últimos avances tecnológicos,… pero en cuanto al seguimiento de Jesús…, en el mejor de los casos, nos empeñamos en mantener “lo que hay” y tampoco pasa nada por perder lo que recibí de mis mayores y valoré en algún momento de mi vida.
“Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis."  No tengamos miedo a descubrir en esta Cuaresma aquellos aspectos de nuestra vida que tienen necesidad de que sean iluminados por la luz del evangelio, no tengamos miedo porque nuestra intención no es quedarnos en los “resbalones” sino que nuestro objetivo es mantenernos de pie y seguir avanzando por los caminos marcados por Jesús. Serán caminos llenos de polvo, como los que Él recorrió, serán caminos cargados de injusticias, como Él los conoció, incluso serán caminos “de sangre”, como Él los sufrió, pero caminos que llevan a la Resurrección, a la Pascua, al triunfo de la Luz, como Él también experimentó.
No nos quedemos en la placidez de la montaña y no tengamos miedo a afrontar con decisión y entusiasmo los caminos propuestos por Jesús, para esta Cuaresma y para cualquier otro momento de nuestra vida.

sábado, 4 de marzo de 2017

Tentaciones, hoy

 En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
"Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes."
Pero él le contestó, diciendo:
"Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.""
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice:
"Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."
Jesús le dijo:
"También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:
"Todo esto te daré, si te postras y me adoras."
Entonces le dijo Jesús:
"Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían. (San Mateo 4,1-11)

La Iglesia nos invita a detenernos en el primer domingo de Cuaresma en el evangelio de las Tentaciones de Jesús, tal y como nos las narra el evangelio de Mateo.
Un evangelio en el que se nos presenta a Jesús en el “desierto, ayunando y tentado por el diablo”. Un texto sobre el que podemos encontrar con facilidad numerosos comentarios sobre el significado de cada una de las tentaciones y el por qué de las mismas y…
Estando al principio de este tiempo litúrgico de la Cuaresma me apetece más preguntarme por la actualidad de lo que nos narra el evangelio para nuestro mundo, nuestra Iglesia, nuestra realidad,… para cada uno de nosotros. Preguntarnos por nuestras propias “tentaciones”, por nuestras aspiraciones de que se cumplan nuestros deseos por encima de otros intereses, que se hagan realidad nuestros planes por encima de los que nos rodean e incluso por encima de los planes de Dios,… ¿Acaso nosotros no tenemos tentaciones similares a las que nos narra el evangelio?
Vemos en el evangelio a un Jesús tentado por “lo fácil”, por “quedar bien”, por “el poder”, ¿acaso no son tentaciones que se repiten a pesar de los siglos transcurridos? ¿Acaso no son estas aspiraciones, deseos, tentaciones,… las que nos hacen ponernos “colorados” cuando analizamos lo que pasa en nuestro mundo?
Creo que merece la pena que hagamos el esfuerzo de desenmascarar las tentaciones que son realidad hoy para poder encontrar la respuesta vital a cada una de ellas. Y sería bueno que no nos diera pereza hacer el ejercicio de “irnos al desierto” para detectar nuestras propias tentaciones, las de nuestro mundo y las de nuestra iglesia. Seguro que no es una pérdida de tiempo como a algunos les puede parecer. Si no somos conscientes de las tentaciones difícilmente podremos preparar nuestra respuesta personal y comunitaria.
¿Será nuestra principal tentación conformarnos con que “nos lleve la corriente”, ir a lo fácil, “a lo que se lleva”,…? Ciertamente es lo más cómodo y lo que menos problemas da. ¿Será una tentación nuestra buscar la alegría y la libertad por caminos diferentes a los propuestos por Jesús? Esa es, no nos engañemos, la opción de gran parte de nuestro mundo, aunque sus logros sean cuando menos discutibles. ¿Será una tentación de la iglesia mantener “números y poder” en lugar de construir el “reino de Dios y su justicia”? No tenemos que devanarnos la cabeza para encontrar ejemplos de ello. ¿Cuál es mi tentación en estos momentos que estoy viviendo? Creo que bien merece la pena que dediquemos un momento a responder a este interrogante.
Esta Cuaresma puede ser un buen momento para descubrir nuestras propias tentaciones, y las de nuestro mundo, y poner los medios para dar respuesta a las mismas. Nadie puede hacer esta labor por nosotros y creo que merece la pena realizar este esfuerzo.
No se trata de descubrir nuestras “miserias” para ahogarnos en ellas sino que es un ejercicio que nos hará vivir más felices y nos ayudará a hacer felices a los que se encuentran a nuestro alrededor.
¡¡¡Que haya suerte en el intento!!!

miércoles, 1 de marzo de 2017

Camino cuaresmal

Pasados los carnavales con sus expresiones más dispares, hoy se nos convoca a los creyentes a comenzar con alegría el tiempo de Cuaresma y a aprovechar estas jornadas que nos faltan para la Semana Santa para acercarnos un poco a Dios, a Jesús y su mensaje y a las personas con las que compartimos nuestra historia.
Tiempo en el que, ante todo, conviene tener claro cuáles son los objetivos para poder poner los medios necesarios. Como en tantas cosas de la vida, si hacemos una mezcolanza de objetivos y medios para conseguirlos tenemos casi “todos los boletos” para equivocarnos en nuestra manera de vivir este tiempo que hoy estrenamos.
El objetivo de la Cuaresma es que nos preparemos, personal y comunitariamente, para vivir con sentido la muerte y resurrección de Jesús que celebraremos, si Dios quiere, la próxima Semana Santa. La muerte de Jesús en la cruz y su resurrección son eventos tan fundamentales para los creyentes que merece la pena prepararlos con el máximo mimo.
Y para que esa preparación pueda ser mínimamente “eficaz” conviene que elijamos los medios más acordes a lo que estamos viviendo personalmente, en nuestras casas, en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia,… Seguro que no son los mismos medios que en años anteriores porque serán distintas las circunstancias que nos rodean. Conviene que dediquemos un espacio de tiempo a descubrir en dónde estamos, a dónde queremos llegar y los medios que vamos a utilizar para ese camino.
Nadie mejor que nosotros mismos para decirnos “en dónde estoy”, aunque no siempre lo tengamos muy claro y por eso tal vez merezca la pena tener un tiempo de “desierto”, como Jesús, un tiempo de silencio, de soledad, de tranquilidad,… para mirarnos hacia dentro y descubrir cuál es el momento en el que nos encontramos en nuestro caminar con respecto a la fe y en cuanto a todo lo que nos rodea.
Es conveniente al preguntarnos por “dónde estoy” que seamos sinceros con nosotros mismos. No conozco a nadie, y seguramente no lo exista, que no tenga que reconocer alguna miseria en su trayecto vital. La cuaresma es un buen momento para poner al descubierto esas actitudes mejorables, esos momentos que crean tinieblas a los demás, esos olvidos de Dios, ese creernos el “centro del mundo”, ese egoísmo que perjudica al hermano, ese… Todos tenemos “estorbos” que no nos dejan escuchar a Jesús en nuestra vida diaria y todos tenemos “tentaciones” de elegir caminos diferentes a los propuestos por Jesús. Reconocerlos, solicitar perdón y caminar con nuevos bríos parece un buen medio para alcanzar lo deseado.
Parece evidente que si queremos descubrir la fuerza liberadora y salvadora de la muerte y resurrección de Jesús deberíamos tener espacios para “conocerle” un poco mejor. Rememorar, y tal vez descubrir, su manera de actuar y desmenuzar su mensaje de salvación. Gozar con la presentación de un Dios cercano, misericordioso y… Padre. Nunca nos arrepentiremos de haber dedicado tiempo, e incluso esfuerzos, en comprender la actualidad y la luz que aporta el evangelio leído con un corazón limpio. Probablemente sea el medio común a utilizar en Cuaresma por toda la cristiandad.
Y no olvidemos que no podremos aprovechar en toda su extensión este tiempo de cuaresma si nuestros preparativos no tienen reflejo en las personas con los que compartimos nuestro devenir. No buscamos que nadie nos aplauda porque hacemos lo que hemos de hacer, lo que buscamos es que nuestra fe y nuestra vida estén íntimamente unidas. Que se note que nuestra fe nos lanza a vivir de una determinada manera, que nos ayuda a analizar la realidad, a denunciar lo que no es justo ni liberador y a vivir más felices haciendo felices a los demás. Una cuaresma que no tenga repercusión en las personas que nos rodean…
Termino. La muerte y la resurrección de Jesús dan sentido a nuestra fe y nuestro objetivo no es otro que celebrar esos grandes acontecimientos habiendo “arreglado nuestra casa”, conociendo mejor su sentido para nosotros y para nuestro mundo. ¿Eso supone un esfuerzo? Seguro que sí pero… la ocasión lo merece.
¡¡¡¡¡Ánimo y a prepararnos para la “Luz” que nos llega!!!!!