martes, 30 de agosto de 2016

Imagen para leer 4

Imagen para leer 4


Dedica un minuto a leer la imagen antes de continuar

            Para quienes tengan cierta edad y hayan pasado su niñez o juventud en el mundo rural esta imagen será fácil de “leer”, de recordar sonidos, sudores y… “picores”. Para quienes no hayáis tenido esa suerte deberíais dedicar unos minutos a ver algunos videos o artículos relacionados con las trilladoras, en especial, las trilladoras Ajuria de Vitoria, seguramente única maquinaria en la que hemos sido “potencias mundiales” por estos lares. Os pongo el primer ejemplo que he encontrado. https://www.youtube.com/watch?v=qnW7oM1w6P8
            Sin embargo, una lectura que me provoca esta imagen, y que me apetece “compartir sin prisa” con vosotros, es sobre la necesidad de descubrir cuál es la correa que nos transmite la fuerza motriz en nuestra vida. Me parece que se trata de un descubrimiento fundamental para saber cómo nosotros, a través de otras correas (¿quiénes y cuáles son?), multiplicamos el movimiento y la fuerza para que llegue a todos los engranajes y funcionen las cintas transportadoras, los rodillos, las cribas,… y cada una de las partes necesarias de la trilladora que es la que nos ayudará a separar el grano de la paja en nuestras vidas.
            En la imagen se ve que hay partes en movimiento sin el cual es imposible que la trilladora realice su cometido y partes, no menos imprescindibles, que no se mueven, que no deben moverse. Hay partes de la maquinaria que deben mantenerse estáticas. ¿Cuáles son esas partes de nuestra vida que deben estar en movimiento acompasado y cuáles son las que no deben moverse en ninguna de las circunstancias?

            Os propongo un tiempo de reflexión “leyendo” la imagen.

sábado, 27 de agosto de 2016

Terencio y D. Eustaquio

Era Terencio el quinto, y último, hijo de una de las familias llamadas “sencillas”, por no llamarlas pobres, que tenían su humilde morada de alquiler en los valles navarros enclavados en las estribaciones de los Pirineos. Valles de costumbres recias y fuertemente arraigadas y espléndidos paisajes en cualquiera de las estaciones.
Terencio había disfrutado de una buena educación formal. No porque su familia habría invertido numerosos recursos en proporcionársela sino por la bondad y magnanimidad de Doña Antonia que había dejado todos sus bienes para educar y llenar el estómago de los más pobres del valle. Era la envidia de los valles del pirineo porque al menos una vez al día los estómagos recibían una dosis de “calor digestivo” y porque todos los menores, sin excepción podían acceder a la cultura. Tan solo las familias tenían que hacer un esfuerzo, a veces no pequeño: debían comprometerse a que sus pequeños fueran dos veces a la semana por lo menos a las clases previstas y dejaran el cuidado del ganado u otras labores encargadas a los más pequeños de las familias menos pudientes.
De hecho, Terencio era uno de los distinguidos asistentes a la escuela, no solo porque asistía con bastante regularidad sino porque aprovechaba el tiempo en ella y era considerado como uno de los aventajados del grupo. Las materias sobre las que se hacía hincapié no eran otras que aquellas que mínimamente aseguraban un mejor futuro a aquellas generaciones y en aquel ambiente. Lecciones para aprender a leer de manera ágil, principios de contabilidad mínima aplicada a la economía familiar, veterinaria básica, composición y manejo de las herramientas y las técnicas utilizada en la selvicultura,… Asuntos relacionados con la supervivencia diaria. Para asuntos más técnicos y profundos había que asistir a otras escuelas a las que no todos los chavales tenían el privilegio de poder acudir.
Sí es cierto que al tratarse de una zona acostumbrada a convivir con el contrabando y el trapicheo con las localidades de la otra parte de la frontera natural y política que suponían los Pirineos se cuidaba unas nociones mínimas de las tres lenguas necesarias para el entendimiento con los vecinos: el euskera, el castellano y el francés. Francamente, no se aprendían las lenguas pero sí se aprendía a chapurrear lo suficiente como para entenderse. Suficiente.
Y fue voluntad de Doña Antonia que en esa escuela fuera mimada la educación religiosa y cuidada la dimensión espiritual de la persona desde pequeños. El párroco del pueblo, o el sacerdote organista, tenía un puesto importante en la escuela y dedicaba algunas horas semanales a la atención de quienes acudían a la escuela del pueblo. Se impartían clases magisteriales sobre el componente religioso de todas y cada una de las actividades de las personas, impartían la llamada “doctrina”, introducían el latín como lengua de relación con Dios y, de paso, aprovechaban también ellos para llenar la tripa que para todos eran tiempos de estrecheces.
En este ambiente sencillo, muy sencillo, vivía Terencio con la alegría propia de un chaval de su edad aunque también con las limitaciones propias de aquellos tiempos que hoy nos horrorizan pero que entonces... Era un chaval de su pueblo, de su edad, de su condición pero, ante todo, un chaval. Alegre, inquieto, amigo de sus amigos y curioso ante todo lo que se movía a su alrededor. Un chaval más, con unas alpargatas un poco peores que los de sus compañeros de tropelías pero querido por todos porque siempre tenía algo que aportar al grupo de chavales que recorrían todas las esquinas del pueblo.
Estaba comenzando la primavera, y sin saber nadie muy bien por qué, Terencio cambió de proceder. De ser un chaval jocoso y turbulento en el pueblo pasó a no querer participar en la imprescindible búsqueda de los nidos a vigilar durante el verano ni a jugar a “primis” en el frontón del pueblo, ni… Pasaba demasiado tiempo solo en los soportales del ayuntamiento en lugar de estar con el grupo de chavales haciendo correr el aro por los adoquines de la cuesta de la panadería. Había muchos días que ni salía de su posada familiar aduciendo que debía realizar trabajos nunca mandados ni por sus progenitores ni en la escuela o que tenía dolores de tripas que le impedían ir a corretear entre calles o… Siempre encontraba motivos para encerrar su tristeza entre las humildes paredes de su casa.
Tristeza de Terencio que, como sucede en todos los pueblos, no fue obviada por los demás vecinos y de ser un asunto conocido por los chavales del pueblo pasó a ser comentario en todas las casas, en la espera del fresquero que se acercaba un día a la semana o del afilador que anunciaba su llegada con la llamada característica. Todo el pueblo sabía, y comentaba, que a Terencio le pasaba algo raro. También en casa le encontraban diferente a pesar de los esfuerzos del chaval por hacer una vida familiar lo más parecida a la que hasta hacía un tiempo había sido habitual. Y, por supuesto, también D. Eustaquio, el cura del pueblo, le encontraba diferente en los encuentros de catequesis para preparar la primera comunión.
Era tan evidente la tristeza que varias vecinas le pidieron a D. Eustaquio que parloteara con aquel chaval querido por todos. Y así fue. Aprovechando que le tocaba impartir la clase semanal en la escuela, D. Eustaquio llamó aparte a Terencio y le preguntó por su pesadumbre. En un principio, el chaval quiso zafarse de la interrogación pero al final, y con la expresividad propia de sus años, Terencio le expresó que el origen de su cambio de estado de ánimo se debía a que por mucho que miraba no encontraba Dios por ninguna esquina y eso que había oteado todos, absolutamente todos, los rincones de casa y  del pueblo. Mucho hablar de Dios en la catequesis, en las misas dominicales y en la escuela pero… Dios no aparecía por ningún lado y si era tan importante como escuchaba en todos los sitios, y a todas las personas que él quería,… él no podía perderse conocer a semejante “personaje”.
Quedó D. Eustaquio sumamente sorprendido por el origen de lo que había sido el comentario unánime en todas las conversaciones del pueblo y, de inmediato, le propuso a Terencio la solución a su padecimiento.
“¿Terencio, cuál es el lugar del pueblo que más te gusta?” Raudo y veloz Terencio contestó que el río a su paso por la cascada de Lekubatxe porque había mucha agua y también muchas truchas y una pareja de martín pescador que había criado ya sus primeros polluelos y porque a la noche viene a refrescarse el búho y porque… Aturdió Terencio a D. Eustaquio con los motivos que tenía para decir que era el sitio más bonito del pueblo. “Coge la chaqueta que quiero ver si eso que me dices es cierto”. ¡Vaya ocasión para hacer pira de clase de dibujo que nada gustaba a los chavales porque D. Venancio era un poco rancio con ellos!
No estaba lejos el lugar indicado por Terencio y a él todavía se le hizo más corto porque iba a enseñarle al cura del pueblo su tesoro más preciado. Por una vez, al menos una vez, él iba a ser D. Terencio y el alumno, Eustaquio. Tenía prisas por llegar a la cascada. Tal y como había dicho, allí estaba una hermosa cascada como una preciosa “cola de caballo”, podía verse a las truchas saltando en busca de sus bocados más preciados y, en una rama cercana al agua… allí estaba el martín pescador a la espera del descuido de algún bicho que poder llevar a las bocas hambrientas de su prole. Todo como el chaval lo había expresado. Tenía razón. Era un lugar paradisíaco.
Sentados los dos en un tronco aparcado por el agua de la última riada, D. Eustaquio le preguntó a Terencio:
- Cierra los ojos y dime que es lo que sientes ahora, pregunto el cura.
- Que me estoy perdiendo el espectáculo de la cascada, de las truchas, del pájaro más bonito,… Me estoy perdiendo una preciosa representación, respondió el chaval.
- Tápate los oídos y dime lo que sientes.
- Que ya no oigo el golpeo del agua al deslizarse por la cascada ni los cantos de los pájaros.
- Y, prosiguió D. Eustaquio con su interpelación, ¿qué has hecho tú para que exista este lugar… y para que tengas ojos y goces del espectáculo… y para que tengas  oídos para disfrutar de sus sonidos…
- Ummmm….. ¿Qué tiene que ver todo esto con el motivo de mi tristeza y pesadumbre?
Un poco de silencio por parte de D. Eustaquio y…, en voz baja y pausada, se puso en pie delante de su alumno, se acomodó la sotana, y le dijo:
- Solo cuando seas capaz de reconocer todos los regalos que recibes cada día, solo entonces, te encontrarás de bruces con Dios y te darás cuenta lo cerca que está de ti y lo afortunado que eres.
D. Eustaquio, pausadamente tomó camino a la escuela a terminar con su compromiso y Terencio quedó un rato largo gozando de “su” lugar con los ojos y los oídos bien abiertos y desmenuzando las palabras del cura del lugar.
………….
Al cabo de unos pocos días, D. Eustaquio y Terencio se cruzaron en los alrededores de la Iglesia del pueblo. El uno paseando sosegadamente mientras cumplía sus rezos del breviario y el otro corriendo tras un gato que había prometido que se lo iba a regalar a su tía porque los ratones habían acampado en su bodega. El consabido, y obligado, beso en el anillo y un guiño infantil fue todo lo que hizo falta para que los dos supieran que la tristeza había dejado paso a la felicidad infantil que nunca debió de desaparecer. No era necesario cruzar palabra alguna para agradecer la que con el paso de los años será una de las lecciones más importantes recibida en su vida porque Terencio será capaz de encontrar a Dios en cualquier lugar al que la vida lo vaya conduciendo.

martes, 23 de agosto de 2016

Limpiar por dentro

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo:
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello.
¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera.» (Lucas 23,23-26)


¡Qué bien nos viene de vez en cuando una llamada de atención como la del evangelio de Lucas! No es que nos diga nada que no sepamos pero, de vez en cuando, un recuerdo…
Además, yo creo que en esta sociedad nuestra en la que tanto se valora “la fachada”, “la apariencia”, “la imagen”, el “envoltorio”,… todavía es más necesario escuchar con atención este trocito del evangelio. Una llamada de atención válida par todos, pero en especial para quienes piensan que son más importantes que el “común de los mortales”, para quienes piensan que están un par de peldaños por encima de los demás, para quienes se sienten “mejores” que la vulgaridad de la “chusma”. Para ellos especialmente, pero también para todos viene bien escuchar de vez en cuando una “llamadita de atención”.
La imagen que acompaño a este breve comentario me parece que ayuda  comprender las palabras de Jesús. Me llamó la atención que el artista callejero que se dedicaba a retratar a los turistas, comenzaba siempre su “obra de arte” plasmando en el papel los ojos, la nariz y la boca del modelo. Tras dedicar un buen rato a retratar, nunca mejor dicho, estas partes del rostro continuaba con el cabello, las ropas, los detalles,… incluso al final les ofrecía la posibilidad de elegir entre diferentes fondos de la ciudad. Lo importante es lo importante, de las personas y de nuestra vida diaria.
No está mal el ejercicio que Jesús le propone al fariseo del evangelio: “limpia primero la copa por dentro”. Ejercicio que tal vez nos convenga hacer también a nosotros antes de limpiar nuestra copa por fuera porque si estamos “limpios por dentro”, “quedará limpia también por fuera”, como dice el evangelio.
Y esta advertencia que se nos hace a nivel personal tiene validez para nuestra relación con los vecinos, para esta sociedad en la que nos toca vivir y también para nuestra Iglesia. No nos detengamos tanto en la apariencia del vecino sino en la limpieza de su interior y seguro que nos llevamos más de una sorpresa agradable. Hay mucha más gente de lo que nos imaginamos que cuida su interior y que tienen “la copa y el plato bien limpios” aunque nosotros nos hayamos fijado mucho más en su pequeño “mosquito” y sin darnos cuenta de nuestro propio “camello”.
Esto mismo lo podemos, y debemos, trasladar a nuestra sociedad. Es cierto que la corrupción y abusos similares son una lacra de nuestra realidad pero no es menos cierto que hay mucha, mucha gente que desde distintas sensibilidades, religiones y convicciones dedican mucho esfuerzo por “limpiar por dentro su copa” y sería injusto no alabar y agradecer esos esfuerzos realizados y esos logros conseguidos.
Y también podemos y debemos abrir los ojos para descubrir que en esta Iglesia con tantos fallos existe una gran cantidad de personas sencillas en nuestros pueblos y ciudades que se toman en serio el evangelio de Jesús y sus vidas están “limpias” e intentan ayudar a “limpiar” la vida de los vecinos, se esfuerzan para que el Reino de Dios siga creciendo e intentan cumplir la voluntad de Dios desde la sencillez y la humildad.
Ya tenemos una labor a realizar: ¡¡¡¡Limpiar la copa por dentro!!!!


sábado, 20 de agosto de 2016

Imagen para leer 3



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Corría el año 1958 cuando el italiano  Domenico Modugno ganó el Festival de San Remo con una canción que se titulaba “Nel blu dipinto di blu” que tuvo un enorme éxito en muchos países y se quedó en nuestro “cancionero popular” con la primera palabra de su estribillo: “Volare”. Creo que en algún momento, con más o menos fortuna, todos la hemos cantado o al menos tatareado en más de una ocasión. Aquellos que sois muy jóvenes y ni os suena podéis escucharla en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=COrWcC5lfas
Ayer mismo, mientras me desplazaba en el coche pusieron en la radio esta canción e inmediatamente me acordé de esta imagen que os invito a “leer” en esta ocasión. Es una foto que saqué hace bastantes años y que no sé muy bien por qué la recordé al escuchar la vieja canción.
Mientras escuchaba la canción y la asociaba con la imagen de hoy recordaba a tanta gente que está a punto de comenzar caminos nuevos en sus vidas o al menos períodos novedosos. Personas concretas, con nombres y apellidos a los que les toca “volare”, abandonar la seguridad de las aguas tranquilas y emprender un vuelo que les lleve lugares apropiados en los que cumplir sus expectativas.
 Desde el adolescente que está a punto de “entrar en la edad del armario” hasta el joven que está inquieto porque debe comenzar una nueva realidad en la universidad. Desde el que está ansioso de comenzar a disfrutar de su jubilación hasta el que tiene que comenzar a buscar un trabajo porque se le acaba su “contrato veraniego”. Desde quien espera con ansiedad las pruebas médicas retrasadas por el período veraniego hasta el que tiene pavor a enfrentarse a la enésima intervención quirúrgica. Desde el que….. hasta el que… Haced el esfuerzo de seguir “completando la lista” y os encontraréis “caras conocidas”.
Ya sé que es una canción muy antigua y una foto con años, ya sé que es una canción “romanticona” y desapegada de la realidad, ya sé que… pero no es menos cierto que es una canción que habla de felicidad y eso es lo que me desear a toda la gente a la que en estos momentos le toca “volare” y me apetecía “compartirlo sin prisa” con vosotros.

Ni más... ni menos.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Por si acaso...

Me vino esta palabra del Señor: «Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza, diciéndoles:
"¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores? Os coméis su enjundia, os vestís con su lana; matáis las más gordas, y las ovejas no las apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes. Al no tener pastor, se desperdigaron y fueron pasto de las fieras del campo. Mis ovejas se desperdigaron y vagaron sin rumbo por montes y altos cerros; mis ovejas se dispersaron por toda la tierra, sin que nadie las buscase, siguiendo su rastro.
Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor:
'¡Lo juro por mi vida! –oráculo del Señor–. Mis ovejas fueron presa, mis ovejas fueron pasto de las fieras del campo, por falta de pastor; pues los pastores no las cuidaban, los pastores se apacentaban a sí mismos; por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor.
Así dice el Señor:
Me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen de apacentarse a si mismos los pastores; libraré a mis ovejas de sus fauces, para que no sean su manjar.
Así dice el Señor Dios:
"Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro."» Ezequiel (34,1-11)

Por si acaso alguien se despista, viene bien recordar de vez en cuando este pasaje de Ezequiel que hoy se va a leer en las Eucaristías que se celebren en cualquier parte del mundo.
Y cuando digo alguien, me lo digo a mí mismo y se lo recuerdo a quienes han recibido el encargo de pastorear cualquier “tipo de rebaño” en esta realidad en la que vivimos. Un recuerdo de vez en cuando…
Una familia, una parte, más grande o más pequeña, de la sociedad, una asociación de cualquier tipo, la comunidad de vecinos, una porción de la Iglesia,… cada persona tenemos nuestro rebaño a pastorear y conviene recordar a menudo que la tarea del pastor no es cuidarse a sí mismo sino cuidar, mimar, dirigir, sanar,… pastorear el rebaño encargado, con todo lo que ello significa.
No es lo habitual pero todos conocemos pastores que se “cuidan y miman” a ellos mismos y ante esas realidades no debemos callar y “dejar pasar”, sino tenemos la obligación de ejercer de profetas, como bien dice el texto de Ezequiel. ¡Qué decir de los pastores que quieren manejar otros rebaños diferentes a los suyos cuando sus ovejas están mal alimentadas y descarriadas!
No quiero caer en la tentación, fuerte por cierto, de nombrar estamentos especialmente propensos a “pastorearse a sí mismos”, pero sí llamar la atención a todos sobre la necesidad de cumplir cada uno con nuestra misión en este mundo desde el “servicio a…” y no desde el “servirse de…”, desde el curar y no desde el descuidar, desde orientar y no acogotar, desde llevar a verdes praderas y no a estepas llenas de cardos, desde el amor y no desde el despotismo, desde la liberación y no desde la asfixia, desde…
Pastorear…sin más. Al estilo de Jesús, Buen Pastor, y al estilo de tantas personas que hemos conocido que han cumplido su misión con humildad, capacidad de escucha y también firmeza en los momentos necesarios.


Está bien recordarlo de vez en cuando. ¡¡Gracias, Ezequiel!!