“Los magos de Oriente, después de oír al
rey Herodes, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto
salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el
niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa
alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de
rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro,
incienso y mirra.” (Mateo 2,9-11)
Es
complicado explicar a los más pequeños de nuestros pueblos y ciudades que lo
que se celebra el 6 de enero de cada año es una fiesta importante para los cristianos
y también podría serlo para los que no lo son o lo son puramente por tradición.
Digo difícil porque me parece derrotista definirlo como imposible.
Parece
complicado hablar del sentido profundo de esta festividad sin hablar de
regalos, de lotería y consumo, del final de vacaciones, del roscón en nuestras
mesas, de pereza para recoger los “perifollos” navideños,… Creo que es una pena
que hayamos convertido esta preciosa fiesta en una expresión más del sinsentido
de consumir porque me apetece, porque me lo puedo permitir o porque me lo
indica el calendario.
Una fiesta
cuyo centro sigue siendo el Niño acostado en un pesebre que es visitado por
representantes de “todas” las razas y pueblos de la tierra. Una visita que
comienza con una estrella indicadora del lugar en el que se encuentra “el Salvador”,
una visita que produce una “alegría inmensa” y que termina con unos regalos
ofrecidos. Parece mentira que hayamos sido capaces de pervertir una fiesta tan
hermosa y con tanto sentido convirtiéndola en un sinsentido. Es así, pero eso
no quiere decir que tengamos que estar todos de acuerdo en mantenerla de la
misma manera y, mucho menos, olvidarnos del sentido profundo de lo celebrado.
Una fiesta
que nos interpela sobre si hoy seremos capaces de seguir “la estrella” que nos
indica el camino para llegar a Jesús, que nos llama a vivir con inmensa alegría
la Epifanía de Jesús y que nos provoca la necesidad de presentar también
nosotros nuestros regalos a ese niño acostado en el pesebre.
Me da pena,
por no decir rabia, que algo tan hermoso, con tanto sentido para nuestro mundo,
y para cada uno de nosotros, se haya convertido en una fecha en la que muchos
quieren que se acaben las navidades cuanto antes porque las cuentas corrientes
se resienten y porque las básculas parecen haberse vuelto locas.
Algo
deberemos de poner de nuestra parte para intentar restablecer esta fecha como
una fecha de, insisto, inmensa alegría y de búsqueda constante de ese Jesús
Salvador en nuestros pueblos y ciudades, en nuestras casas y en nosotros mismos.
Pienso que es necesario hacer un esfuerzo para recuperar el sentido profundo de
la fiesta y es imprescindible que comencemos por nuestras casas y nuestro
entorno más cercano porque si no es así…
Comencemos
este mismo año 2018 recién estrenado y ¡¡¡que ustedes lo disfruten!!!
Nada nuevo bajo el sol. El espíritu consumista lo invade casi todo en nuestra sociedad. Consumir no es intrínsecamente malo siempre que se haga con moderación y sin ostentación. Creo que es compatible vivir el sentido profundo de la festividad de la Epifanía con el hecho de que los niños que se hayan portado bien reciban presentes apropiados a su edad y mesuradamente. El niño Dios fue obsequiado con oro incienso y mirra por los Magos de Oriente. Es una tradición que se puede mantener sin perder la perspectiva y sin desnaturalizar la esencia de lo que se celebra. Urte Berri On a todos.
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