jueves, 4 de enero de 2018

Estrella, alegría, regalos,...


“Los magos de Oriente, después de oír al rey Herodes, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.” (Mateo 2,9-11)

Es complicado explicar a los más pequeños de nuestros pueblos y ciudades que lo que se celebra el 6 de enero de cada año es una fiesta importante para los cristianos y también podría serlo para los que no lo son o lo son puramente por tradición. Digo difícil porque me parece derrotista definirlo como imposible.
Parece complicado hablar del sentido profundo de esta festividad sin hablar de regalos, de lotería y consumo, del final de vacaciones, del roscón en nuestras mesas, de pereza para recoger los “perifollos” navideños,… Creo que es una pena que hayamos convertido esta preciosa fiesta en una expresión más del sinsentido de consumir porque me apetece, porque me lo puedo permitir o porque me lo indica el calendario.
Una fiesta cuyo centro sigue siendo el Niño acostado en un pesebre que es visitado por representantes de “todas” las razas y pueblos de la tierra. Una visita que comienza con una estrella indicadora del lugar en el que se encuentra “el Salvador”, una visita que produce una “alegría inmensa” y que termina con unos regalos ofrecidos. Parece mentira que hayamos sido capaces de pervertir una fiesta tan hermosa y con tanto sentido convirtiéndola en un sinsentido. Es así, pero eso no quiere decir que tengamos que estar todos de acuerdo en mantenerla de la misma manera y, mucho menos, olvidarnos del sentido profundo de lo celebrado.
Una fiesta que nos interpela sobre si hoy seremos capaces de seguir “la estrella” que nos indica el camino para llegar a Jesús, que nos llama a vivir con inmensa alegría la Epifanía de Jesús y que nos provoca la necesidad de presentar también nosotros nuestros regalos a ese niño acostado en el pesebre.
Me da pena, por no decir rabia, que algo tan hermoso, con tanto sentido para nuestro mundo, y para cada uno de nosotros, se haya convertido en una fecha en la que muchos quieren que se acaben las navidades cuanto antes porque las cuentas corrientes se resienten y porque las básculas parecen haberse vuelto locas.
Algo deberemos de poner de nuestra parte para intentar restablecer esta fecha como una fecha de, insisto, inmensa alegría y de búsqueda constante de ese Jesús Salvador en nuestros pueblos y ciudades, en nuestras casas y en nosotros mismos. Pienso que es necesario hacer un esfuerzo para recuperar el sentido profundo de la fiesta y es imprescindible que comencemos por nuestras casas y nuestro entorno más cercano porque si no es así…
Comencemos este mismo año 2018 recién estrenado y ¡¡¡que ustedes lo disfruten!!!

1 comentario:

  1. Nada nuevo bajo el sol. El espíritu consumista lo invade casi todo en nuestra sociedad. Consumir no es intrínsecamente malo siempre que se haga con moderación y sin ostentación. Creo que es compatible vivir el sentido profundo de la festividad de la Epifanía con el hecho de que los niños que se hayan portado bien reciban presentes apropiados a su edad y mesuradamente. El niño Dios fue obsequiado con oro incienso y mirra por los Magos de Oriente. Es una tradición que se puede mantener sin perder la perspectiva y sin desnaturalizar la esencia de lo que se celebra. Urte Berri On a todos.

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