sábado, 30 de diciembre de 2017

Año viejo/Año nuevo



¡¡Como vino se fue… y, casi sin darnos cuenta, llegó!!
Ese gesto de poner el calendario del nuevo año, esa equivocación a la hora de fechar los primeros escritos del año,… se repiten año a tras año. Hay ocasiones en las que hacemos el gesto porque hay que hacerlo para no vivir en otra “galaxia”, otras lo hacemos con rabia porque nos da la impresión de que se nos ha “esfumado” una oportunidad o de que ha sido un “mal año” porque… Otras veces lo hacemos con ilusión porque creemos que el año que estrenamos va a traer consigo grandes alegrías y la superación de algunos retos,… Un año nuevo. Ni más ni menos. De alguna manera tenemos que contar el tiempo y parece que, una parte de la humanidad, nos hemos puesto de acuerdo en hacerlo de esta manera. Por cierto,… ya es triste que no nos pongamos de acuerdo ni en esto. Lo dejamos para otra ocasión.
Se acaba el 2017 y rápidamente ocupará su espacio el siguiente. Parece que es una transición que siempre se hace como con prisa cuando tampoco, al parecer, se trata de algo tan decisivo. De hecho, cuando la humanidad, los gobiernos o las cuadrillas de amigos vamos a hacer algún cambio en nuestras costumbres u obligaciones nos damos un tiempo de transición, un tiempo para que todos nos acostumbremos a ese cambio. Una de dos: o el cambio de año no es tan importante como algunos nos lo quieren vender o este cambio no se hace como se debiera.
Animaría a quienes viven con intensidad esta fiesta a que propusieran que nuestros calendarios tuvieran un par de jornadas más, festivas por supuesto; una, el “32” de Diciembre, para hacer una evaluación de lo vivido, sufrido y gozado en el año que se cierra, y otra jornada, el “0” de Enero, de estructuración y planificación del nuevo año a punto de comenzar. Seguro que ayudaría a valorar todo lo vivido, a ser agradecidos con los “regalos” recibidos y a no dejarnos llevar como “gallinas sin cabeza” por el nuevo calendario que ponemos en nuestras cocinas. Tal vez cuando los gobiernos se dediquen a creer más en el bien las personas que en edulcorar estadísticas sangrantes, solo tal vez, podrían regalarnos estas dos fiestas.
Mientras no sea así, os propongo que dediquemos un poco de nuestro tiempo a hacer este ejercicio entre el 31 de Diciembre y el 1 de Enero. Nadie, de momento, nos puede quitar la libertad de tener esta experiencia de mirar hacia atrás y hacia delante. Seguro que nos vendrá bien.
Todo ello sin dejar de gozar de la Navidad, del nacimiento del Salvador. Es más, no estaría mal que ese ejercicio lo hiciéramos a la luz que surge desde el pesebre en el que descansa el Salvador y desde la familia que lo arropa. Navidad, la auténtica Navidad, es una noticia demasiado “gorda” como para que se nos olvide en ocho días. Es algo que nos condiciona, o al menos debiera hacerlo, los derroteros de nuestro nuevo año. No estaría mal que nos preguntáramos por los lugares en los que vamos a buscar a Dios en este nuevo año, que no desviáramos la vista al descubrir que los pastores, la gente sencilla, son los primeros que se acercan al establo, que representantes de todas las razas llevan regalos hasta el Niño Dios, que la estrella que les guió aquellos personajes hoy sigue alumbrando nuestros caminos aunque a veces nos empeñemos en mirar solo hacia el suelo, que… Es tan importante, y tan bonita, la Navidad que no entiende entre año viejo y año nuevo pero sí que puede ser decisiva para que nuestra vida esté cargada de felicidad o de angustias. La elección parece fácil.
Termino. Feliz Año 2018. No lo digo porque hay que decirlo… sino porque lo así lo siento. Me apetece desearos lo mejor para vosotros y vuestras familias. Este año que se nos regala como una pizarra en la que escribir tantas y tantas cosas. Una pizarra en la que os invito a evitar los tachones y a escribir, sin prisa pero sin pausa, con tizas de amor, justicia y solidaridad, libertad y respeto. Nosotros seremos felices y Dios estará contento con nosotros.

Que así sea.

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