En aquel
tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a
una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron
de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se
les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro
tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a
hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban
asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una
nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:
«Este es mi
Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al
mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les
quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los
muertos». (Marcos,
9 2-10)
Me ha costado decidirme a la hora de elegir una
imagen que introduzca estas pocas líneas. Quería que fuera una imagen que
sirviera para iluminar, nunca mejor dicho, el evangelio de este segundo domingo
de Cuaresma, la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor. Sin duda, debiera
ser algo que hablara de luz, de vestidos refulgentes, del “Hijo amado, escuchadlo”… pero también de no quedarse en la montaña,
de no caer en la tentación de hacer tres tiendas y quedarse en la placidez de
la montaña.
Se me han ocurrido varias fotografías pero me he
decidido por encabezar estas líneas con esta orquídea (“Monja blanca” o Lycaste Virginalis), impoluta, que habla
por sí sola de belleza, de luz, de mimo,… y también habla de un país acogedor
como Guatemala, ya que es su flor nacional.
Me parece que esa hermosa orquídea puede
ayudarnos a comprender la Transfiguración de Jesús en cuanto a que es muy bella
pero necesita de muchos cuidados, mejor dicho, de muchos mimos, bien si se
quiere tener en un espacio privado bien si se quiere gozar de ella en su
entorno natural.
Nos puede gustar mucho lo que sucede en el monte
Tabor pero no podemos quedarnos “ni en el monte ni en las tiendas”. La
Transfiguración de Jesús exige bajar de la montaña y hacerse presente en los
lugares y situaciones en los que son necesarios la luz del “Hijo amado” y aceptar la invitación
recibida: “escuchadlo”.
Nuestra vida de seguidores de Jesús, como el
cuidado de la orquídea, si la convertimos en un admirarla con las manos en los
bolsillos, si no la regamos, si no la protegemos de sus peligros, si no la
mimamos,… tendrá un recorrido muy breve, la viviremos como una carga que pronto
nos cansaremos de “soportarla”, veremos los defectos que el tiempo ha ido
dejando en la Iglesia institución,.. y terminaremos por no valorarla y tendremos
prisa por deshacernos de ella.
Ese creo que es un peligro real en nuestro ser
seguidores de Jesús. Nos “gusta mucho” el mensaje de Jesús, lo escuchamos o
leemos con regularidad, incluso lo reflexionamos, pero no nos empeñamos en
mimarlo, en regarlo, en protegerlo en “las noches frías”,… Conocemos el mensaje
de Jesús, lo aprobamos en su teoría pero no somos capaces de implicarnos en su
cuidado minucioso para que siga siendo “bello y práctico”, para que sea de un “blanco deslumbrador”.
Tenemos la oportunidad en esta Cuaresma de
empeñarnos en “escuchar al Maestro”, tal y como nos recomienda la “voz de la nube”, y bajar de la montaña
en la que tantas veces estamos instalados para compartir con quienes nos rodean
que es posible un mundo mejor en el que cada día seamos un poco más hermanos y
menos enemigos, en el que la justicia esté siempre por encima de los intereses
particulares, que viva en el día a día que lo que tengo crece cuando lo
comparto con quienes me rodean, que la violencia de cualquier tipo y contra
cualquier hermano no tiene cabida en fraternidad, que la libertad es
incompatible con cualquier tipo de cadena, que… Seguramente no tendremos que narrar
a nadie lo que “sucedió en la montaña” porque nuestra vida será luz para los
demás sin tener que utilizar demasiadas palabras.
Podemos hacer un ejercicio esta Cuaresma de
cuidar nuestras relaciones con los hermanos y también la relación con Dios para
descubrir que el esfuerzo merece la pena y los resultados, como en la orquídea,
saltarán a la vista. No tengo ninguna duda de que así será.