sábado, 13 de junio de 2020

"UNA BRISA TENUE"

En aquellos días, cuando Elías llegó a Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. 

El Señor le dijo: «Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!» 

Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego.

Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. 
Entonces oyó una voz que le decía: «¿Qué haces, aquí, Elías?»

                                                                            (Primer Libro de los Reyes 19,9-13)

 

Hemos vuelto a recordar esta semana en las celebraciones de la Eucaristía este trocito del Antiguo Testamento sobre el que me apetece escribir unas líneas y “Compartir sin Prisa” algunas sencillas reflexiones o comentarios o… como lo queráis llamar.

Dios no estaba ni en el huracán, ni en el terremoto ni en el fuego…” En una “brisa tenue”. Me parece que podría ayudarnos a comprender la presencia de Dios en nuestro mundo y en nuestras familias. ¿Es Dios un elemento de fuerza, poder y estruendo o es un Dios que camina con nosotros y comparte nuestras miserias y alegrías? ¿Es un Dios que nos mira “desde arriba” sin embarrarse en nuestras luchas? ¿Es un Dios que controla o es un Dios que nos protege y nos mima?

A veces nos surge la tentación de querer que a nuestro Dios se le “pongan las barbas tiesas” y provoque con un “grandiosos estruendo” de manera que esta sociedad deje de ser tan soberbia y se crea el centro del universo o que ponga “un poco de orden” en este desbarajuste que parece ser las relaciones entre hermanos de distintos credos, razas o hemisferios. Dan ganas de provocarle y…

Sin embargo, esa no es más que una tentación que poco o nada tiene que ver con esa “brisa tenue” que acabamos de leer en el Libro de los Reyes. Brisa tenue que nos recuerda a un Dios que nace en el seno de una familia sencilla, acostado en un pesebre. Un Dios que respeta la libertad de todos y cada uno de sus hijos, de un Padre que llena de besos y abrazos al hijo pródigo sin pedir explicaciones por su equivocada manera de actuar. Y así podríamos seguir…

Una “brisa tenue” que a poco que pongamos un mínimo de atención la podemos sentir y disfrutar y que está al alcance de todos. Brisa tenue que acompaña y que nos hace soportar con facilidad los “calentones de la vida”, los apuros que van a seguir existiendo aun con su presencia,… y brisa que no tenemos que solicitar que se produzca pero que tal vez sí podamos concentrarnos en sentirla y gozarla.

Prestar atención, “colocarnos” en el lugar oportuno, poner en marcha toda nuestra sensibilidad, buscar el silencio, impedir que el centro de todas las reflexiones sea “yo y mi”, abrir nuestros oídos y nuestros corazones,… Nada nuevo que no hayamos escuchado una y mil veces… pero ya que se nos brinda una nueva ocasión, tal vez podamos hacer un poco más caso y, por fin, dejemos que nuestra vida la dejemos mecer por una esa “brisa tenue”. Parece que tiene sentido probar el ejercicio. 

Ahora que estamos a las puertas del verano con sus calores y, se supone,

temperaturas altas, sentiremos lo agradable que es sentir al atardecer la brisa del norte que elimina el calor de las horas centrales del día y que nos conforta al terminar la jornada. ¿Así sentimos a Dios cada día?

Entonces,…. vamos por buen camino.

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