“Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables,
diciendo: "¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el
sábado, para ofrecer el grano?"
Disminuís la medida, aumentáis el
precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por
un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo.
Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras
acciones.”
(Profeta Amós, 8,4-7)
Es sorprendente que a pesar de las “lecciones”
recibidas a lo largo de la historia sigamos poniendo nuestro corazón y nuestras
energías en amontonar y, además, a cualquier precio y por encima de cualquier
ética o moral.
Suenan demasiado actuales algunas de las
denuncias de Amós. Suena a contemporáneo el empeño por “comprar al pobre y al
mísero” y basta abrir los ojos y los oídos para darnos por enterados de la
manera de actuar de los grandes, y no tan grandes, gurús de la economía mundial.
Basta analizar lo que sucede con los países a quienes se está despojando sus
riquezas naturales o mineras o…, sus “entrañas” en definitiva.
¿No os suena a actuales esas “balanzas con
trampa” o los referidos “aumentos de precio”? ¿No nos quejamos con frecuencia
que nos venden hasta el “salvado del trigo” como si fuera “el mejor grano”? Da
la impresión de que no hemos aprendido nada. Mejor dicho. Hemos aprendido a
hacer las mismas cosas, con el mismo objetivo y el mismo descaro pero con
mejores estrategias y estudiadas técnicas de mercado. Da pena que no hayamos
avanzado a pesar de los siglos transcurridos. Es más. Parece que hemos
retrocedido porque ahora, además, cada vez “tragamos más y más fácil”. Da la
impresión de que cada vez somos menos críticos con las situaciones que describe
el profeta Amós y nos hemos acomodado diciendo que “es lo que hay”.
Sí que hemos avanzado algo en estos siglos y que
es importante recalcar. Termina este trocito de la palabra de Dios que “el Señor
no olvidará vuestras acciones”. Jesús, ocho siglos después, sí que dio un
cambio importante a estas palabras del profeta. Jesús nos presentó a Dios como
un Padre misericordioso, como un Dios que perdona y olvida, que abraza y besa.
Todos podemos recordar la parábola del hijo pródigo. Ése sí que es un cambio
importante con respecto a lo narrado por Amós. El Dios en quien creemos, el
Dios que camina por nuestros pueblos y ciudades, el Dios de Jesús es un Dios
diferente al Dios de Amós que decía “que
no olvidará jamás vuestras acciones”.
Un Dios que espera con los brazos abiertos a los
hijos que regresan a casa. Eso sí, han de volver arrepentidos, han de cambiar
sus objetivos y sus “estrategias”, y parece que algunos de los “exprimidores”
de nuestro tiempo no tienen muchas “prisas” por dejar de “despojar a los
miserables”.
Me parece importante que dediquemos el tiempo
necesario a denunciar, sin pelos en la lengua, las causas de que nuestro mundo sea
una trampa insalvable para una buena parte de la humanidad y todas aquellas
realidades que van en contra de la voluntad salvífica de Dios para todas las
personas, sin excepción. Y me atrevo a invitaros a que, a menudo, dediquemos un
tiempo a descubrir y sentir la misericordia de Dios, a reflexionar sobre su
capacidad de perdón y también sobre las exigencias mínimas para poder gozar de
este Dios que Jesús nos presentó y que nosotros tenemos la oportunidad de
sentirlo junto a nosotros día tras día.
¡¡¡Que nos vaya bien!!!
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