En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de
Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí
estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado
junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y
Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a
comprar comida.
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo
judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se
tratan con los samaritanos.
Jesús le contest ó: «Si conocieras el don de
Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua
viva.»
La mujer le dice: «Señor, si no tienes
cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro
padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus
ganados?»
Jesús le contestó: «El que bebe de esta
agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más
tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de
agua que salta hasta la vida eterna.»
La mujer le dice: «Señor, dame esa agua:
así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla."… (Juan 4,5-42)
La Iglesia
nos invita a gozar con este texto del encuentro de Jesús con la samaritana en
el tercer domingo de Cuaresma. Nos lo ofrece como elemento de ayuda en nuestro
caminar cuaresmal y parece apropiado no desperdiciar la ocasión.
Un
encuentro que tiene muchas lecturas, muchas interpretaciones, muchas maneras de
leerlo, muchas… y me apetece “compartir con vosotros” la que me ha surgido hoy
tras recordar el texto.
Me apetece dedicar
un tiempo de reflexión a ese Jesús “cansado del camino, sentado junto al
manantial”. No solo porque nos recuerda a un Jesús “de carne y hueso”, que
también es bueno recordarlo de vez en cuando, sino porque me recuerda a un
Jesús que va cumpliendo su misión por todos los pueblos y esa no es una labor
sencilla sino que a menudo provoca cansancio y trae consigo “la sed”. Son
constantes las llamadas que recibimos a ser constantes en la predicación del
mensaje de Jesús en nuestra realidad, en nuestros pueblos y ciudades, en
nuestras familias y con nuestros vecinos, en ambientes agradables y en otros que
no lo son tanto,… Es un camino arduo y también nosotros tenemos “el derecho” a
sentirnos cansados.
Un
cansancio que se hace más complicado de superar cuando “el clima” no ayuda. Me
imagino que la temperatura ambiente de las tierras pisadas por Jesús no eran
las más apropiadas para pasar de pueblo en pueblo soportando altas temperaturas
y caminos polvorientos. Tampoco el “ambiente socio-religioso” era el más adecuado
para predicar sobre un Dios Padre, sobre amar al enemigo o sobre el sinsentido y la injusticia
de algunas leyes de su tiempo,...
Hoy a
nosotros tampoco nos toca vivir en un “ambiente favorable” para la presentación
de un mensaje como el de Jesús. No es fácil hablar a este mundo del compartir
frente al amontonar, de justicia frente a intereses personales, de libertad
frente a normativas injustas, de fraternidad frente a competitividad, de… No es
extraño que, en algunas ocasiones, nos
encontremos cansados, nos apetezca “sentarnos debajo de una sombra” y
acercarnos a un “manantial” para calmar nuestra sed y recuperar las fuerzas.
Y, como
Jesús en el evangelio, no hemos de tener miedo, ni vergüenza, ni rencor, ni… de
pedir que nos dé beber quien parece que nos va a negar lo que necesitamos para mitigar
nuestra sed y apaciguar nuestro cansancio. Mujer, samaritana, “acarreadora” de
agua,… evidentemente aquella mujer, según los cánones de la época, no era un
personaje importante en la escala política, religiosa o social de Sicar. Y sin
embargo es la mujer a la que Jesús le pide que le dé de beber.
Hay muchas
personas anónimas, personas con las que nos encontramos todos los días, personas
sin relevancia social, política o religiosa que, como la samaritana, nos pueden
ayudar, y de hecho nos ayudan, a quitar nuestra sed y a calmar nuestro
cansancio. Si abrimos bien los ojos y nuestros corazones, y nos desprendemos de
estereotipos reduccionistas, nos daremos cuenta de la cantidad de “samaritanas”
que Dios pone en nuestro caminar. “Samaritanas” que es una pena que no seamos
capaces de descubrirlas en el día a día. Personas sencillas y sinceras que
están dispuestas a ayudarnos a superar los baches que todos tenemos, que tal
vez no tengan nuestras mismas creencias ni pareceres pero que están
esperándonos “con el cubo junto al manantial” para ofrecernos su agua, personas
con nombre y apellido que… Personas a las que hemos de estar sumamente
agradecidos y expresar nuestra gratitud de la mejor manera que seamos capaces.
Y a esas
personas, como Jesús, hemos de saber ofrecerles “agua viva”, hemos de
ofrecerles con claridad y serenidad que el encuentro con Jesús es lo mejor que
les puede suceder. Un encuentro que terminará con la misma solicitud de la
samaritana del evangelio: “dame de esa
agua”. No se trata de que les ofrezcamos un listado de normativas a cumplir
sino que animemos al encuentro personal con Jesús y su mensaje. Y no se lo
ofreceremos en recompensa de lo que de ellos hemos recibido sino porque no hay
mejor regalo que obsequiar.
Vayamos al
manantial, tal vez sin cubo, pero sí con un corazón humilde que es capaz de
pedir agua y de regalar “agua viva”.
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