En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a
Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se
transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con
él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
"Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré
tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías."
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los
cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
"Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo."
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de
espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos,
no temáis."
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús,
solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
"No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo
del hombre resucite de entre los muertos." (Mateo
17,1-9)
El día de
la fiesta litúrgica de la Transfiguración del pasado año, el día 6 de agosto,
compartí con vosotros en el blog una reflexión sobre lo vivido en el lugar (Monte
Tabor) en el que se localiza lo que este evangelio nos narra y lo que,
personalmente, me parece que es el mensaje más contundente de toda la narración
y todo lo sucedido: “Escuchadlo”. No
me voy a repetir y si alguno quiere volver a leerla lo puede hacer en este
enlace: https://compartirsinprisa.blogspot.com.es/2016/08/escuchadle.html
Este mismo texto leído en este tiempo de Cuaresma
en el que nos encontramos también me sugiere un breve comentario sobre las
palabras de Pedro: “Señor, ¡qué bien se está aquí!…”.
Palabras de quien había dejado todo por seguir a Jesús pero estaba en proceso
de comprender en toda su amplitud la misión de Jesús.
Aplicados
como estamos en la Iglesia en preparar la Muerte y Resurrección de Jesús y
dispuestos a gozar de la Cuaresma bien podemos dedicar un tiempo a descubrir si
nosotros también decimos, o vivimos, con demasiada frecuencia en el “¡qué bien se está aquí!”.
Siguiendo la narración de las tentaciones de
Jesús de la semana pasada, deberíamos preguntarnos si hemos sentido la
tentación de quedarnos como estamos, de quedarnos en “la montaña”, de tener la
sensación de que nuestro seguimiento de Jesús ha llegado a un compromiso más
que suficiente, si estamos convencidos de que ya conocemos demasiado bien a
Jesús y su mensaje y que ya lo ponemos en práctica lo mejor que sabemos y
podemos.
Tal
vez por la cantidad de asuntos que ocupan mi vida, tal vez porque “ya conozco
suficiente” lo que Dios me exige y a lo que intento responder, tal vez porque
ya no tengo edad de descubrir “cosas nuevas”, tal vez porque no tengo ánimo
para “nuevas luchas”, tal vez por… el caso es que me creo con suficientes
motivos como para “quedarme en la montaña”. Sí cerca de Jesús, sí con mi “fe de
toda la vida”, sí con el compromiso que adquirí en su tiempo, sí cumpliendo con
todas las normas que me enseñaron desde pequeño, sí… pero ya basta, no tengo ni
necesidad, ni ganas, ni fuerza, ni… para nuevos retos y para afrontar nuevas
experiencias. ¡Estoy bien “en la montaña” y no necesito complicarme la vida!
No
es nada nuevo. Pedro también veía que aquella situación vivida de la
transfiguración de Jesús en el monte Tabor era una situación ideal. ¿Qué
necesidad tenía Jesús, ni ellos mismos, de regresar al “fragor de la batalla”
con los poderes políticos y religiosos? ¿Por qué volver a llenarse los pies de
polvo recorriendo los caminos de Palestina? Con lo bien que se estaba allí…
Tras
la lectura detenida del evangelio, merece la pena que nos preguntemos por esa
tentación tantas veces aceptada, creo yo que por muchos, de “quedarnos en la
montaña”, de quedarnos “como estamos”, de quedarnos sin otear nuevos horizontes
y sin escudriñar desde la fe las nuevas realidades de nuestro mundo y de
nuestra iglesia. Es cierto que nos “ilusionan”, y nos ponen en acción, los
retos para conseguir “más cosas”, mejores condiciones laborales, el dominio de
los últimos avances tecnológicos,… pero en cuanto al seguimiento de Jesús…, en
el mejor de los casos, nos empeñamos en mantener “lo que hay” y tampoco pasa
nada por perder lo que recibí de mis mayores y valoré en algún momento de mi
vida.
“Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos,
no temáis." No tengamos miedo a descubrir en esta Cuaresma
aquellos aspectos de nuestra vida que tienen necesidad de que sean iluminados
por la luz del evangelio, no tengamos miedo porque nuestra intención no es
quedarnos en los “resbalones” sino que nuestro objetivo es mantenernos de pie y
seguir avanzando por los caminos marcados por Jesús. Serán caminos llenos de
polvo, como los que Él recorrió, serán caminos cargados de injusticias, como Él
los conoció, incluso serán caminos “de sangre”, como Él los sufrió, pero
caminos que llevan a la Resurrección, a la Pascua, al triunfo de la Luz, como
Él también experimentó.
No nos quedemos en la placidez de la montaña y no tengamos miedo a
afrontar con decisión y entusiasmo los caminos propuestos por Jesús, para esta
Cuaresma y para cualquier otro momento de nuestra vida.
Buenas tardes a todos. En mi opinión, la fé se alimenta del conocimiento del Evangelio. Los cristianos debemos tener una fé madura, no infantil. Debemos formarnos y profundizar en el conocimiento evangélico. Es un camino que no acaba nunca. Cada uno lo adapta a sus circunstancias vitales. Como muy bien me decía una persona muy querida por mí; ¿Cuántos fieles han leído no ya la Biblia sino el Evangelio entero de un solo evangelista?. Creo que la respuesta es obvia. Pero también hay que poner en valor la fé de los sencillos y humildes de corazón. En mi experiencia, en no pocas ocasiones, conocen más y mejor a Dios trinidad que algunos teólogos muy eruditos pero de fé menguante. Un saludo.
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