Todos, creo yo, en alguna ocasión nos hemos vuelto un poco “cardos”. Cardos de “pinchar”, cardos de “molestar” y, además, cardos “secos”. No estaría de más reconocerlo y seguramente pedir perdón por las veces en las que así nos hemos presentado ante los demás.
Es
cierto que a veces la vida te va acorralando ante situaciones que no parecen
tener salida posible pero, ¿solucionamos algo convirtiéndonos en “cardos”?
¿Acaso no hay otra manera de afrontar, incluso soportar, las dificultades que
nos llegan y que tantas veces van agriando nuestra relación con quienes nos
rodean? Me temo que no es esa la mejor manera de afrontar las dificultades ni
tampoco es una manera afable de solicitar ayuda y amparo cuando las
circunstancias de la vida nos ponen en un aprieto.
Todos
tenemos experiencia, no solo conocemos la teoría, de que la vida trae sinsabores
importantes pero estoy convencido de que ninguno de ellos debe tener la
suficiente fortaleza como para convertir nuestra vida en una “colección de
cardos”. Basta detenerse un momento y descubrir la inmensidad de “flores” que
rodean nuestra vida como para que nos quedemos convertidos en “cardos” y, si te
descuidas, de la especie menos atrayente: “cardos borriqueros”.
“Lee”
con atención la imagen y destierra todos las “púas de tu vida” porque tienes
muchos motivos para que tu forma de ser se parezca más a los aterciopelados
pétalos de una flor que a los espinas de los cardos.
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