En aquel
tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
"Lo mismo
que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo
del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios
al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que
creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no
mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve
por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
El juicio
consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la
tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra
perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por
sus obras.
En cambio, el
que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están
hechas según Dios." (Juan 3,14-21)
Merece la pena empeñarse en comprender y, sobre todo,
vivir que nuestra fe, nuestra relación con Dios y la relación de Dios con
nosotros, con los hermanos, con la naturaleza, con… tiene un comienzo, “tanto amó Dios al mundo”, un objetivo, “que el mundo se salve” y un
ofrecimiento, “la luz vino al mundo”.
Vivir desde estos parámetros que el evangelio de Juan nos narra es, creo yo,
comprender algunas de las claves más importantes del mensaje de Jesús y del por qué de una vida de seguimiento a
ese "Hijo único de Dios".
Todo comienza como una historia de amor inacabable. Todo
comienza con una historia de amor de Dios, Él toma la iniciativa, hacia cada
uno de sus hijos y con un deseo interminablemente perseguido: que todos “tengan vida eterna”. Para hacer realidad
este objetivo incluso “entregó a su Hijo
único”. Lo demostró desde el comienzo de la historia, en el recorrido del
pueblo de Israel,… y por si fuera poco, su llegada entre nosotros en la sencillez
de un establo. Todo por puro amor a todos y cada uno de sus hijos.
Es cierto que ante semejante expresión de amor, ese mismo
Padre respeta la libertad de sus hijos para participar en ella u optar por
otras historias diferentes. El evangelio de Juan es muy claro al hacer
referencia a ello: “la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz”. Es bueno que repetidamente
nos preguntemos si queremos que Jesús sea la luz que ilumine nuestro caminar o
preferimos otras “iluminaciones” diferentes o, sencillamente, optamos por vivir
en las tinieblas.
Y también tiene razón el evangelio cuando dice que a
veces preferimos no acercarnos a la luz para que no queden al descubierto
nuestras miserias. Lo que la Iglesia en general está haciendo en este tiempo de
Cuaresma, y a lo que todos estamos invitados, es precisamente acercarse lo más
posible a Jesús para que sea Él quien ilumine nuestra manera de vivir y queden
al descubierto nuestras buenas obras y también esas actitudes que afean nuestro
caminar. ¿No merece la pena poner al descubierto y tomar conciencia de todas
las cosas buenas que hacemos día a día?¿Es mejor dejar en tinieblas lo que no
nos deja ser felices y “tapar” nuestras miserias para que terminen amargándonos
la vida? No parece lo más inteligente. Nunca vamos a poder avanzar si no partimos
de lo ya conseguido y si no somos conscientes del camino que nos queda por
recorrer.
Nos vendrá bien acercarnos a Jesús, dejarnos iluminar por
su luz de manera que nos sea mucho más fácil ser felices (tenemos experiencia
de ello), estar más contentos con nuestro actuar y habremos desterrado esos
lados oscuros que todos tenemos y que nos impiden alcanzar ese deseo común
llamado felicidad.
Aprovechemos la ocasión que se nos brinda en este tiempo
de sentirnos parte de una historia de amor a la que somos invitados y cuyo
objetivo final no es otro, como bien dice Juan,
que “tengamos vida eterna”.
¡¡¡Sintámonos privilegiados!!!
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