Hace
unos días tuve el privilegio de poder asistir a unas de esas labores que han
desaparecido en nuestras casas como es utilizar el cedazo separar manualmente
el salvado de la harina. Durante siglos ha sido la manera de conseguir refinar una
harina que no llegaba del molino demasiado fina como para elaborar un pan de
calidad para la familia. Nos hemos acostumbrado a que lleguen a nuestras casas
las harinas refinadas en industrias “profesionales” y, como otras muchas cosas,
hemos perdido una operación imprescindible hace no tantos años.
Mientras
charlaba con la “artista panadera”, y “alimentaba” cuando era necesario el
cedazo, me vino a la cabeza que no estaría nada mal hacer ese mismo ejercicio
con nuestras vidas. Pasar por el cedazo nuestras ilusiones y nuestros
esfuerzos, nuestras esperanzas y nuestros agobios, nuestras alegrías y nuestras
desilusiones,… Creo que es bueno hacer de vez en cuando ese ejercicio.
Pero
dándole una vuelta más a esa ocurrencia que surgió de improviso, se me ocurrió intentar
concretar un poco más cómo ejecutar esa selección entre “el salvado y la
harina” de mi vida. Estaba claro que la harina que sacábamos del saco llegado
desde el molino debía ser la vida en su conjunto. Una vida “blanca”, con un buen
olor y un tacto fino. Una vida que a pesar de su refinamiento necesitaba pasar
por el cedazo para mejorar su tacto delicado. Lo que había que tamizar era
evidente.
El
siguiente paso debería ser elegir el cedazo apropiado. No todos los cedazos son
iguales. No todos dejan pasar la misma “pureza” de la harina y había que
encontrar el tamiz apropiado para pasar por él nuestra vida. Se me ocurría que
esa criba apropiada podría ser el Evangelio, el mensaje de Jesús, su Buena
Noticia,… Un cedazo que elija cuáles son las cosas que deben formar parte de la
harina que se va a utilizar para hacer el exquisito pan y cuáles han de ser
consideradas “salvado”. ¿Es malo el salvado? No, pero un exceso del mismo puede
estropear un buen pan. Está de moda el pan con salvado pero en su justa medida
y en este caso la medida la pone el cedazo utilizado: el mensaje de Jesús. Un
cedazo que nunca falla.
Tenemos
“la harina y el cedazo” y sólo nos falta quien mueva el cedazo y realice con
cariño y energía el movimiento de nuestra vida para poder hacer la selección
deseada. Nos hacen falta unas manos suaves y firmes, unas manos amigas y
expertas, unas manos que muevan acompasadamente el cedazo para poder contar con
la mejor harina posible y poder disfrutar del pan más provechoso. Se me ocurría
que esas manos bien podrían ser las manos de Dios. Las manos de un Padre bueno
y misericordioso. Un Padre que quiere que quitemos de nuestras vidas aquellas
cosas que nos “amargan la existencia”. Un Padre que nos ayuda a separar lo
realmente importante y lo que no lo es, que quiere cada vez que pasemos nuestra
vida por el cedazo haya menos salvado y más harina. Y un Dios que no quiere
seleccionar la mejor harina para meterla en un tarro sino para que se convierta
en el mejor pan para quienes nos rodean y para quienes tienen los estómagos
vacíos.
Tenemos todos los elementos necesarios para
cerner y conseguir el mejor pan. Os invito a no perder la ocasión que se nos
brinda constantemente: tenemos el “Cernedor”, “el Cedazo” y la “harina”. Solo
falta dejarse querer y ponernos en sus manos. Al fin y al cabo, ¿a quién no le
gusta quitarse de encima lo que le amarga?
¡Que ustedes lo disfruten!
Mientras leía detenidamente este comentario, agradeciendo al autor por sus reflexiones vitales, y miraba las fotos, siempre tan expresivas, se me iba viviendo a la mente el olor atrayente a pan recién hecho, el sabor de una otana… Y no he podido resistirlo. ¡Qué placer más exquisito! Seguro que si un alimento tan sencillo puede tener tanta magia, la vida bien vivida no sería menos sabrosa. Gracias por este “compartir sin prisa”.
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