Mañana será noticia en los medios de
comunicación el aniversario de la aprobación, por parte de la Asamblea General
de Naciones Unidas, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y puede ser
una buena ocasión para leerlos despacio, “sin prisa”. Éste es el enlace por si
queréis acercaros a ellos: http://www.un.org/es/universal-declaration-human-rights/index.html
Hoy, aprovechando el aniversario mencionado, me
apetece compartir con vosotros una reflexión que de vez en cuando se repite y
que creo que es bueno hacerla a menudo
para no perder el “norte” en las pequeñas cosas de cada día, y también en las
realmente importantes.
Hoy, aunque parezca mentira, no es difícil que
nos encontremos con situaciones injustas pero amparadas por la “legalidad
vigente” y es importante tener criterios sólidos para no equivocar nuestras
“apuestas y esfuerzos”. La ley, la legalidad, es necesaria para poder organizar
mínimamente la vida de la sociedad, la ley se va adaptando a los cambios en la
vida de los pueblos y naciones y es un instrumento necesario en la estructura
de los mismos. La ley, por definición, es cambiante y varía según la realidad
de cada momento, la voluntad política, los intereses,…
Pero, además, la legislación, el “cuerpo de
leyes”, por mucho que así se anuncie, no está al alcance de la mayoría de
quienes la tienen que cumplir sino que es de “uso prácticamente exclusivo” de
unos pocos profesionales que la conocen, la aplican y, llegado el caso, la
interpretan y defienden según sus intereses o los intereses de quienes les
contratan.
Tener la legalidad como el “criterio último y
verdadero” es muy peligroso para quien en ella pone su “cimiento” ya que en muy
pocas “reuniones de unos pocos políticos” le pueden cambiar lo que uno tenía
como base de su forma de actuar. Además, y creo que todos estaremos de acuerdo
en ello, hay leyes vigentes que son esencialmente injustas, leyes que están
hechas para el beneficio de unos intereses concretos, leyes que no son
igualmente aplicables para todas las personas, leyes que no respetan los
derechos humanos sino que están al servicio de unos pocos, leyes que… Leyes
injustas.
¿Ponemos algunos ejemplos? ¿Es justa la ley que
permite acabar con la vida de una persona? ¿Es justa le ley que permite
bombardear sin descanso? ¿Es justa la ley que reparte pasaportes dependiendo de
su “cuenta corriente”? ¿Es justa la ley que discrimina según la raza, el sexo o
la religión?... El listado sería muy grande y por eso es necesario cambiarlas
cada poco y, tampoco seamos ingenuos, porque cada uno que alcanza el poder
quiere ponerse “cómodo”, además de querer responder a las necesidades de los
ciudadanos, que tampoco lo dudo.
A mí me produce tristeza, no puedo evitarlo,
cuando veo que las personas se dejan guiar exclusivamente por la legalidad. Me
dan tristeza porque, antes o después, van a tener que “lidiar”, y defender, en
sus vidas alguna ley injusta, antes o después les van a quitar “su cimiento” y
se lo van a cambiar por otro al que se va a tener que aferrar hasta que se lo
vuelvan a cambiar… En definitiva, toda la vida “dando tumbos” al albur de lo
que otros decidan que va a ser “tu cimiento”.
Y, además de tristeza, me dan miedo porque se
convierten en “extremistas” de nuestra realidad. Se sienten seguros con las
leyes escritas por otros y no son capaces de leer la realidad, de escuchar a
las personas y a los hechos, no son capaces de reconocer que por encima de la
ley existe otra realidad llamada Justicia que es de “mayor rango” que los
textos más o menos acertados, más o menos interesados.
Me da miedo porque esta realidad “extremista” es
aplicable a todos los órdenes de la sociedad: civil, religiosa, política,
administrativa,… Quienes ponen la legalidad por encima de la Justicia, quienes
ponen la ley por encima de las personas, quienes toman la ley como la seguridad
última de todas sus decisiones, quienes… se convierten, antes o después, en un
peligro real para la paz, para la libertad, para la igualdad,… y para la propia
Justicia.
Esta realidad no es algo nuevo que nos hayamos
inventado en el último siglo, aunque sí lo hayamos “perfeccionado”. Jesús, sí,
Jesús de Nazaret, fue crítico hasta la “extenuación” con aquellos escribas y fariseos
que proclamaban el cumplimiento de la ley como la mejor manera de “agradar a
Dios”. Podéis leer el capítulo 23 del evangelio de San Mateo y encontraréis
algunas “perlas” que Jesús regaló a los “defensores y cumplidores” de la ley de
su tiempo.
Algunos ejemplos: “¡Ay de ustedes
hipócritas!, han descuidado los asuntos más importantes de la ley, tales como la
justicia, la misericordia y la fidelidad, Sepulcros blanqueados, Camada de
víboras,…” Os
pongo el enlace por si acaso os da pereza buscarlo en el Nuevo Testamento: https://www.biblegateway.com/passage/?search=Mateo+23&version=NVI
Viene bien, de vez en cuando, descubrir a un
Jesús enfadado y hablando claro y contundente. Y tampoco está mal que nosotros,
sus seguidores, hablemos alto y claro de lo que sucede en nuestro mundo.
Termino con la invitación a reflexionar sobre la
justicia como uno de los pilares de nuestra vida y como un ejercicio más a
realizar en este tiempo de Adviento en el que toda la Iglesia camina hacia la
llegada del Salvador.
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