Hace pocos días, y en compañía de un buen número
de amigos y conocidos, tuve la ocasión de acercarme una vez más a un molino “de
los de siempre”. A uno de esos lugares en los que tantas cosas han sucedido a
lo largo de los siglos mientras se esperaba con ansiedad la harina para poder
comer un poco de pan o para alimentar a los ganados siempre hambrientos de las
humildes cuadras de nuestros caseríos.
Y una vez más, se volvieron a repetir
reflexiones personales, y también en pequeños grupos, alrededor de estos
lugares siempre especiales y que en pocos años nos hemos deshecho de ellos como
si nada pasara por perder el molino del pueblo o de la sociedad de
propietarios. Me da pena porque nos desprendemos de un patrimonio recibido y es una
demostración palpable de que, en demasiadas ocasiones, solo valoramos “lo que
produce”, lo que proporciona “rendimiento económico”,… Son edificios sencillos
y se debería hacer un esfuerzo por mantener en pie los pocos que aún quedan junto
a nuestros ríos. No me parece algo anecdótico poder explicar a las
generaciones futuras que el molino en el que tantas horas pasaron sus
antepasados fue uno de los elementos importantes en la organización de la vida
del pueblo, de su alimentación y, también, de confraternización.
Al ponerme delante de la tolva del molino cargada
de trigo sentí los mismos “nervios” de siempre y volví a tener sensaciones ya
vividas al dar paso al agua retenida y encauzada para que cumpliera su labor de
hacer girar la pesada piedra que “escupiría” la fina y blanca harina.
¿Sencillo? Muy sencillo pero muy perfeccionado con el paso de los grandes
ingenieros “sin título” de nuestros pueblos. ¿Eficaz? No había manera más
eficaz de convertir el grano en la base de un buen pan, de un buen talo, de un
“ecológico” pienso para las gallinas o el cerdo. Hoy tenemos métodos más
“eficaces”, más rápidos, más higiénicos, más… pero también sabemos que la
harina que ha pasado entre las dos pesadas piedras tiene una textura, un olor y
un sabor diferente.
Pero al ponerse en marcha el molino me surgía
otra reflexión que me apetece “compartirla sin prisa” con los lectores. Una
reflexión que comenzaba cuando veía el trigo colocado en la tolva y que me
hacía recordar los trabajos necesarios para que el grano estuviera en el molino
en aquella mañana. Y no solo agradecía todos los esfuerzos realizados y la
sabiduría milenaria recopilada en aquellos granos de trigo sino que me surgía
una pregunta: ¿cuántos granos personales, "granos de mi vida", y de qué calidad, podría poner yo en la “tolva”?
Y no solo me preguntaba por la cantidad y la calidad sino también me brotaba el
siguiente interrogante: ¿Cuál es la tolva en la que debo echar mis granos? Es
evidente que si te equivocas de tolva nunca vas a conseguir la harina deseada.
Una vez que el trigo se encontraba en la tolva el
molinero abrió la compuerta que daba paso al agua. Agua que comenzó a golpear
eficazmente sobre el rodete con la fuerza apropiada de tal manera que la piedra superior comenzó a moverse acompasadamente y cayeron los primeros granos de trigo en el lugar predispuesto.
Sencillo de ver, sencillo de entender, no tan sencillo que todo funcione como
debe. La pericia de Ángel, que así se llama el molinero, no daba lugar a dudas.
Todo perfecto. Pero en ese ambiente que olía ricamente a pasado me volvía a
surgir una nueva pregunta: ¿cuál es el agua que mueve “mi rodete”, mi vida? Se
oye con frecuencia decir a la gente que la vida es “muy pesada y muy dura”?
¿Tanto como la rueda del molino? Estaba viendo con mis propios ojos que si hay
“agua suficiente”, que si el agua “está bien encauzada y dirigida” al lugar
preciso, que si la piedra está “bien colocada y centrada”,… la piedra gira sin
aparente dificultad y cumple su misión a la perfección. No puedo evitarlo.
Siempre me quedo absorto viendo girar y girar la piedra del molino y escuchando
su sonido incomparable. ¿Cuál es el sonido de mi vida y cuál la velocidad con
la que se mueve “mi piedra?
Y termino, para no aburriros, compartiendo con
vosotros la sensación de gozo contenido, de misión cumplida, de… cuando ves
salir el grano convertido en harina tras haber hecho el recorrido angosto entre
las dos piedras del molino. Éste, y no otro, es el motivo por el que nuestros
antepasados levantaron a golpe de riñón estos edificios que ahora dejamos caer con
indiferencia. Éste, y no otro, es el objeto buscado en tantos y tantos viajes, algunos
cercanos y otros no tanto, con los burros cargados y con la ilusión de regresar
con la harina necesaria y deseada. Y, ¿cuál es mi harina? ¿Cuál es el fruto de
mis granos echados en la tolva que son machacados por la piedra de la vida que,
a su vez, es movida por “mi agua elegida”?
¿En dónde voy a levantar el molino y quién me va
acompañar a hacerlo? ¿Cómo voy a diseñar el cauce y dónde conseguir la piedra
para el cubo? ¿Qué grano voy a sembrar y cómo lo voy a mimar para que me dé el
fruto apetecido y pueda llevarlo a moler? Sin grano no hay harina pero tampoco
si no hay molino o si el molino no tiene un buen “servicio de mantenimiento”.
Es así y no hay “atajos”.
Os invito a realizar “una molienda” de “vuestras
vidas” antes de que llegue la Navidad. A mí me ha venido bien y espero, y
deseo, que también os vaya bien a todos vosotros. Ya queda poco para la Navidad
y merece la pena aprovechar estas jornadas sin que nos despistemos con “las
navidades”.
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