"Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer,
tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo
y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a
verme."
Entonces los justos le contestarán:
"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te
dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te
vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?"
Y el rey les dirá:
"Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis." (Mateo 25, 34-40)
Para las Eucaristías de este último
domingo del ciclo litúrgico se nos ofrece como Palabra de Dios este evangelio
que, como siempre, pretende ser luz para quienes nos acercamos a ella con el
corazón abierto a escuchar su mensaje y dispuestos a que tenga consecuencias
concretas en nuestra manera de hacer las cosas y de relacionarnos con nuestros
hermanos.
Dejando para otra ocasión las
explicaciones exegéticas, siempre interesantes y necesarias, me parece que es
un texto que los creyentes debiéramos ofrecerlo como un regalo a quienes siguen
creyendo que con poder y “cartillas con muchos ceros” van a alcanzar la perseguida
felicidad. Duele descubrir a diario cómo las personas nos vamos amoldando a la
llamada de la sociedad del dinero y del poder y nos vamos alejando cada vez más
de la fraternidad y el apoyo mutuo. Da la impresión de que hemos dejado que
sean las instituciones las que atiendan a las personas necesitadas sin asumir
nuestra responsabilidad, personal e intransferible, de acompañar en el dolor al
que sufre o paliar sus necesidades en la medida de nuestras posibilidades. “Ya
pago mis impuestos… ahora es la Diputación o el Gobierno o…”.
Lo que más me sorprende de esta
situación es que todos tenemos experiencia, no es que nos lo hayan contado, que
cada vez que atendemos al hermano necesitado encontramos la paz interior y la
felicidad y, también desde la experiencia, cuando nos mecemos en la hamaca del
dinero y del amontonar los sobresaltos y los problemas son reincidentes y los
queremos arreglar con más dinero y hacemos cosas insospechadas por solucionar
esos problemas con más bienes materiales y más, y más… y entramos en una
espiral sin salida cuyos resultados también conocemos. Y sabemos, porque lo
sabemos, que el bolsillo nunca nos va a conseguir la felicidad pretendida.
Nadie nos lo tiene que contar, lo vemos todos los días a poco que dediquemos
unos segundos a analizar nuestro mundo y también en personas concretas, conocidos
nuestros, incluso lo hemos podido padecer en nuestras propias casas y en
nuestras propias carnes.
Si es cierto, si tenemos experiencia,
que nos hace ser más felices atender al que tiene hambre o sed, o le falta casa
o vestido, o está enfermo o preso,… ¿por qué nos empeñamos en insistir en otros
caminos de breve recorrido satisfactorio? ¿Será porque nuestro mundo “está engrasado”
con el vil dinero? ¿Será que es “la moda”, lo que se lleva? ¿Será que nos
creemos “lo más importante del universo” y no nos hace falta nadie alrededor
más que “mis servidores”? ¿Será que…? ¿Qué será?
“Benditos de mi Padre”, conviene hacer
caso a la llamada de Jesús a “dar de comer, beber, vestir,…” no solo como una
exigencia sino, sobre todo, como una oferta para alcanzar la felicidad buscada
y deseada por cada una de las personas que componemos la humanidad. ¿Sólo es
una oferta para los cristianos? No, no. Se trata de una oferta universal, es un
camino abierto para todos, nada exclusivista.
Cuando las líneas del evangelio son tan
claras, contundentes y prácticas sobra hacer muchos más comentarios pero sí
merece la pena encontrar momentos para analizar nuestra vida, para descubrir en
dónde nos encontramos, hacia dónde nos dirigimos y si el camino en el que
estamos es el que realmente queremos recorrer…
Es una obviedad que, una vez cubiertas las necesidades básicas, el dinero no es la clave de la felicidad. Antes al contrario. Hay bastantes ricos amargados. Ocupados en amasar mas y mas riqueza y en no perderla. Solo hay que ver las caras de muchas personas pertenecientes al denominado "primer mundo" y compararlas con las de otras asignadas al mal llamado "tercer mundo". Se aprecia claramente en el semblante de los niños. En muchos países africanos, con las carencias bien patentes, las criaturas sonríen y se divierten con cualquier cosa. Hay un gran sentimiento de fraternidad, solidaridad y pertenencia a la comunidad. En nuestra sociedad, donde en líneas generales tienen de todo, siempre quieren más y nunca están satisfechos. Estamos inmersos cada vez más en la sociedad del "tener" y no del "ser". El dinero puede hacer que nos sintamos mas felices si lo utilizamos para ayudar a otros. El evangelio del último Domingo del año litúrgico previo al tiempo de Adviento (festividad de Cristo Rey) no precisa de grandes dotes hermeneúticas. Es prístino como el agua. Se nos valorará según nuestras obras. Ya dijo Jesucristo que su reino no era de este mundo y que no se puede servir a Dios y al dinero. Apliquémonos el cuento. Yo el primero. Feliz tiempo de Adviento. Que nos sirva para prepararnos para la Natividad del Señor que otorga sentido a nuestras vidas, nos hizo a su imagen y semejanza y nos concedió el enorme privilegio totalmente inmerecido de ser hijos suyos. No le defraudemos.
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