En aquel
tiempo Jesús se puso a hablar a la gente del reino de Dios y curó a los que lo
necesitaban.
Al caer el día
se le acercaron los doce y le dijeron: «Despídelos para que vayan a las aldeas
y caseríos del contorno a buscar alojamiento y comida, pues aquí estamos en
descampado». Pero Jesús les dijo: «Dadles vosotros de comer». Ellos le dijeron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces. ¡A no ser que vayamos a comprar
alimentos para toda esta gente!». Pues eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo
a sus discípulos: «Decidles que se sienten en grupos de cincuenta». Así lo
hicieron, y dijeron que se sentaran todos.
Jesús tomó
los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo, los bendijo, los partió
y se los dio a los discípulos para que se los distribuyeran a la gente. Y todos
comieron hasta hartarse. Y se recogieron doce canastos llenos de las sobras. (Lc 9,11b-17)
Al leer o escuchar el
milagro de Jesús de la multiplicación de los panes y los peces es fácil imaginarse
algunas de las estampas que seguramente sucedieron en aquel atardecer.
Es fácil imaginar cuán
a gusto estaría aquel gentío escuchándole a Jesús por lo novedoso de su
mensaje, por utilizar un lenguaje fácilmente comprensible, por un atardecer en
la montaña con una temperatura agradable,… Me imagino al grupo de seguidores de
Jesús que estaban descontentos con la manera de actuar de los romanos con las
tradiciones judías y, sobre todo, con la extorsión a través de los impuestos,
que era lo que más les interesaba a los representantes de Roma.
Es fácil imaginar la
sorpresa de los judíos religiosos que estaban escuchando que a Dios había que
darle culto no solo en el Templo sino con el corazón y en el trato con los
hermanos más necesitados y, sobre todo, la atención que prestarían a quien se
había proclamado, en la sinagoga de su pueblo, como el Mesías esperado y
deseado por Israel durante siglos.
Me imagino muchas
cosas, probablemente irreales algunas pero otras, seguramente, bastante cercanas
a la realidad. Es una página del evangelio que apetece recordar de vez en
cuando. Una página agradable en cualquiera de sus "versiones". (Mt 14, 13-21; Mc 6,30-44; Jn 6,1-13).
Agradable, sobre todo,
cuando dedicas un tiempo a responder a las preguntas que nos enseñaron a
hacernos después de cada uno de los milagros de Jesús: ¿por qué y para qué hizo
Jesús este milagro? ¿qué quería explicarles a aquella gente que le seguía? Y,
¿qué sentido tiene para nosotros hoy recordar este milagro de Jesús?
Se hace fácil comprender
e incluso explicar lo que Jesús quería comunicar. Fue rotundamente claro con su
manera de actuar: partiendo, repartiendo, con la bendición de Dios, “sobran
doce cestos”, aunque se parta de una realidad tan irrisoria como “cinco panes y
dos peces” para dar de comer a semejante gentío.
Quienes habían
propuesto despedir a la multitud para que fueran a buscar plato y posada,
quienes tenían aquellos pocos panes y aquellos peces, quienes dudaban si el
hijo del carpintero de Nazaret era un embaucador o un enviado por Dios, quienes
seguían a Jesús para ver si podían sacar algo en provecho propio, quienes…
Todos pudieron asistir con absoluta admiración a una de las lecciones más contundentes
de Jesús sobre la necesidad de compartir lo pequeño para que alcance a todos e
incluso se llenen “cestos de sobras”. Solo faltaba aceptar la invitación de
ponerlo en práctica.
Y esa, y no otra, es la
invitación que se nos sigue haciendo a nosotros cada vez que recordamos este
pasaje del evangelio. Partir y repartir para que alcance a todos e incluso haya
sobras por recoger.
Invitación que es
evidente que nuestro mundo no la ha aceptado. Es libre y ha elegido otro
camino. Ha preferido aceptar la invitación de creer en la fuerza de lo grande y
del amontonar en lugar de buscar la solución a nuestros problemas en lo pequeño
y en el “partir y repartir”. La solución a nuestros “males” no es encontrar la
semilla que dé más grano por hectárea para que alcance a muchos y poderlo
compartir con quienes no la tienen sino que el objetivo es producir lo máximo
posible para poder controlar las “ingenierías del hambre” y alcanzar un poder
cada día más elitista.
Triste, pero esa es la
elección de nuestro mundo. ¿Se parece en algo a la propuesta de Jesús? Parece
que no.
Hoy tenemos trigo para
todos, tenemos carne para todos, tenemos techo para todos, tenemos educación
para todos, tenemos energía para todos, tenemos… para todos. Incluso para
llenar muchos cestos de sobras…y de todo. Solo nos falta aceptar la invitación
de Jesús: partir y repartir, con la bendición de Dios, para que pueda sobrar.
Solo hay que leer los datos puros y duros. Nunca en la historia ha habido
“tanto de todo” y nunca ha habido tanta diferencia entre “a los que les sobra”
y “ a los que les falta”.
¿Podemos esperar que los
poderosos den pasos para enmendar la situación? ¡¡¡NO!!!!. No nos
equivoquemos. En la narración del evangelio no fueron al “supermercado de la
zona” a por carromatos de comida para tanta gente. Solo cinco panes y dos
peces, partidos y repartidos. Solo.
O comenzamos nosotros a
compartir, partir y repartir lo poco que tenemos o… no parece haber un camino alternativo.
A quienes han montado todo este “chiringuito” de alcanzar el poder por encima
de todo, y de todos, no les vamos a convencer de que con “cinco panes y dos
peces” podemos hacer que alcance a todos. A quienes están tan cómodos en el
vértice de la pirámide no les podemos pedir que nos ayuden a repartir. Es ir
contra el primero de sus principios, contra el objetivo central de toda su
actividad. Imposible. No podemos esperar que nos ayuden.
No perdamos la
confianza plena en el partir y repartir todos los días lo pequeño, incluso lo
que nos puede parecer ridículo, porque, con la bendición de Dios, alcanzará
para todos y… sobrará. A aquellos hombres, mujeres y niños del evangelio seguro
que les costaría “tumbarse en la hierba” a la espera de que les llegara “la
ración” porque había demasiado poco para repartir… pero sobró.