En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de
la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba
instruyendo a sus discípulos.
Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días
resucitará.» Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:
«¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido
quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» (Mc.
9,30-35)
Parece mentira que hayan
pasado tantos siglos y sigamos con las mismas discusiones de los primeros
discípulos de Jesús. En cuanto escucharon de boca de su Maestro que iban a
matarlo, y sin entender muy bien lo que significaba la anunciada resurrección,
enseguida se crea una conversación para ver quién va a ser su sucesor, quién va
a ser “el primero” del grupo.
Es increíble cómo se repite
la historia. En cuanto hay un mínimo espacio que “huele a poder”, basta con el
“olor”, ya se produce una hilera de voluntarios para ocupar ese espacio, aunque
sea mínimo lo que hay en juego. Y no precisamente se trata de una cola relajada
y comedida sino una fila en la que hay empujones de toda clase y con las
maniobras que sean necesarias. Todo vale por ser el primero o, cuando menos,
estar cerca del primero.
Me da la sensación de que
este trocito del evangelio debiera estar colocado como cartel de advertencia en
muchas administraciones, en muchos puestos de trabajo, en muchos servicios
públicos,… y también en muchas sacristías e incluso en algunos hogares: «Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Abres los ojos con un poco
de detenimiento para observar la actitud de quienes son autoproclamados “servidores de la
sociedad” y te encuentras, antes de nada, con las prisas por llegar a ser el primero. Lo
estamos viendo en el espectáculo de las elecciones que se van a repetir porque
nadie estaba dispuesto a dejar de ser “el primero”, lo vemos en la innumerable
cantidad de estadísticas que recibimos, día tras día y de todo tipo, en las que
se nos indican si las cosas están o bien o mal dependiendo de lo cerca que nos
encontremos del primer puesto, desde pequeños se nos premia ser los primeros de
clase o de las actividades extraescolares,…
Y tampoco es difícil
descubrir que el servicio a los demás, “a todos”, no es una actitud que esté de
moda en nuestros días, o al menos esa es la impresión que recibes cuando analizas algunas
realidades de las que somos informados día tras día. No parece hacerse un
servicio a los refugiados que se han tragado un invierno con un plástico por
techo y un lodazal por suelo, no parece hacerse un servicio a quienes se les
corta la luz o el gas porque tienen que elegir entre comer o pagar una factura,
no parece hacerse un servicio a quienes necesitan una mano amiga y se les
responde con normativas draconianas, no parece hacerse un servicio a quienes
nadie escucha porque no tienen quienes alcen su voz,… Todos podemos completar
este listado.
Sabemos, porque todos lo
hemos vivido, que cuando nos colocamos junto a los últimos, cuando nos hacemos “el
último de todos”, cuando nos ponemos al “servicio de todos”, cuando tomamos
como nuestras las dificultades de quienes nos rodean, cuando aportamos lo que
está en nuestras manos, cuando…, nos sentimos bien, somos más felices y
comprendemos la fuerza de las palabras de Jesús. No es una frase más o menos
afortunada sino una verdad experimentada por todos que merece la pena
convertirla en actitud de vida.
Sirvan estas líneas como
invitación para que hagamos un esfuerzo por descubrir la fuerza de optar por
“el último”, de hacerse "el último" y ponerse a su servicio. No discutamos por el camino de la vida
sobre manera más rápida y eficaz de alcanzar el primer puesto sino cómo
experimentar la alegría de vivir al servicio de los demás y con el estilo
marcado por Jesús: haciéndonos “el último de todos”.
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