Nos cuenta el
evangelio de San Lucas que después de ser bendecidos por un Jesús que asciende
a los cielos los discípulos que habían sido testigos de aquel evento “volvieron a Jerusalén con gran alegría”
(Lc. 24,52).
Parece mentira
que el sentimiento de aquellas sencillas gentes fuera el de alegría tras haber
visto que el Maestro, el Mesías, el Señor les dejaba “solos ante el peligro” con
un encargo y con una promesa.
Un encargo
complicado “ser sus testigos hasta los
confines del mundo” (Hechos, 1,8), anunciar a todos sin excepción que lo
que Jesús anunció en su recorrido por los pueblos de Palestina era expresión de
la voluntad salvífica de Dios y que ellos habían sido testigos que el mismo
Jesús que las autoridades políticas y religiosas habían clavado en la Cruz, el
mismo Jesús había resucitado y tras haber compartido con ellos algunos
momentos, algunas conversaciones, algún almuerzo, el mismo Jesús había
ascendido a los cielos. Ese es el encargo recibido. Ni más ni menos.
Sin duda, que
la reacción más lógica hubiera sido la de asustarse ante el tamaño de dicho
encargo. Ellos eran gente sencilla que sí habían optado por seguir a Jesús pero
de eso a ser los protagonistas principales de la expansión del mensaje de
salvación que habían escuchado de boca de Jesús y que habían visto en su manera
de actuar… La lógica dice que demasiado complicado.
Sin embargo, no
es un encargo que asusta sino que produce “gran
alegría” porque Jesús no les encarga que hagan un tratado sobre teorías
sino que apela a su experiencia: “Vosotros
sois testigos de esto” (Lc. 24,48). Se trata de que esa experiencia la comuniquen
a todas las personas y en todos los rincones. Es, por tanto, la experiencia y
no la teoría lo que Jesús les indica que han de comunicar y compartir y eso sí
es más fácil de hacer, para eso no hace falta realizar muchos “estudios” y
saber hablar de una manera esplendorosamente locuaz. Se trata de comunicar la
experiencia. Eso está en la mano de cualquiera que haya tenido una experiencia
de primera mano.
Y no solo les
hace el encargo sino que además les hace una promesa: “os enviaré lo que mi Padre os ha prometido” (Lc. 24,49). Para que
no tengan miedo de que es un encargo demasiado “penoso”, Jesús les promete la
llegada del Espíritu, les promete que no van a estar solos para superar las
dificultades que puedan surgir a la hora de cumplir el encargo.
De esa manera
las cosas cambian: lo que tenían que comunicar es lo que ellos han visto y
vivido y no van a estar solos a la hora de realizar el encargo recibido. Entonces
sí. Entonces podemos comprender la “gran alegría” de aquellos discípulos de la
que nos habla el evangelio.
Celebrar la
Fiesta de la Ascensión y comprender el motivo de la alegría de aquellas
sencillas gentes nos debe hacer reflexionar sobre cuáles son las experiencias
de Jesús que podemos, y debemos, comunicar a las personas que nos rodean. Jesús
nos pide que compartamos nuestras experiencias de habernos encontrado con Jesús
en nuestra familia y en nuestro pueblo, en nuestras celebraciones litúrgicas y
en los grandes acontecimientos de nuestro mundo, en la lectura detenida de la
Palabra de Dios y en los pobres que claman solidaridad y justicia, en quienes
sufren la enfermedad y el olvido, en la naturaleza tantas veces explotada y no
gozada, en la sonrisa de ese bebé que abre sus ojos a la vida,…
Necesitamos
tener experiencias de Jesús resucitado para poder cumplir el encargo recibido.
Al parecer, no es cuestión de “saber o conocer” muchas teorías sino de vivir y
de compartir esas vivencias. En la medida en que seamos “testigos”, y solo
desde esa experiencia, podremos comunicar a nuestro mundo que es más provechoso
quererse un poco más que producir mucho, que los primeros en nuestra escala de
valores han de ser “los pobres y los que lloran”, que la justicia no es “coto
cerrado” de unos pocos y que no podemos hacer oídos sordos a la voz de una
buena parte de la Humanidad que muere de hambre mientras otra parte tira comida
por intereses financieros.
Celebremos con
“gran alegría” la Ascensión de Jesús,
como los primeros discípulos, y no nos asustemos del encargo recibido. “Sólo”
tenemos que dar testimonio de las experiencias de VIDA y solicitar sin descanso
la ayuda del Espíritu.
Que así sea
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