“Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la
estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y
colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.” (Isaías 40, 3 y 4)
Un breve comentario sobre la primera
lectura que leeremos en todas las Eucaristías de este fin de semana en nuestras
celebraciones. Una lectura que no puede faltar en este tiempo de Adviento en el
que todos los creyentes debiéramos estar dispuestos a gozar con los
preparativos propios para favorecer la llegada de Dios a nuestras vidas.
Un texto del profeta Isaías que es
recogido en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas y proclamado por Juan
Bautista, por el “anunciador” de la llegada del Mesías. Un texto con una
actualidad indiscutible si aceptamos la invitación que se nos realiza:
“Preparadle un camino al Señor”.
Actualidad porque hoy, tal vez más que
en otros tiempos, es necesario realizar un esfuerzo para preparar el camino,
para dejar un hueco en nuestras vida y en la sociedad a ese Hijo de Dios que
quiere hacerse presente en nuestra historia. No corren buenos tiempos para
dejar un hueco a ese Mesías, a ese Salvador,… están prácticamente ocupados
todos los huecos por otras realidades a las que, al parecer, les hemos dado más
importancia y a las que hemos dejado todas las puertas abiertas y todos los
caminos bien embreados. No quiero hacer un elenco de esa realidad pero
recordemos la facilidad que hemos dado a las vacaciones, a los regalos, a las
decoraciones, al consumo, a las apariencias,… Evidentemente los caminos que
mejor se preparan son diferentes a los caminos que Jesús “utiliza” para llegar
hasta nuestras casas.
Da la impresión que esos caminos
utilizados por Jesús están sin las “señales bien visibles”, con demasiados
“baches” y con cunetas “repletas de zarzas” que hacen difícil la llegada de
Jesús a nuestro mundo. Hemos apostado por las carreteras que nosotros hemos
considerado que llevan a mejores destinos y nos hemos olvidado de cuidar los
caminos realmente importantes, los caminos que llevan a la felicidad y a esa
paz interior anhelada por una parte importante de nuestra sociedad.
Bien. Imaginemos que nos ponemos manos
a la obra y nos empeñamos en preparar ese camino al Señor. ¿Y cómo? Es fácil
preparar el camino al dinero (lotería, horas extras, injusticias,…), es
sencillo preparar el camino al consumo (dejarse llevar por la publicidad, dar
rienda suelta al deseo de cosas,…), no es complicado preparar el camino a las
apariencias (dejarse llevar por las modas, dar importancia a lo exterior,..) y ¿en
qué consiste la “preparación del camino al Señor”?
Es bueno que la respuesta la busquemos
en el mismo texto con el que encabezamos estas líneas: “que los valles se levanten y las colinas se abajen”, “que lo torcido se enderece y lo escabroso de
iguale.” Parece que se nos indica que aprovechemos este tiempo para adecuar
nuestra manera de vivir a lo que el mismo Jesús nos fue indicando a lo largo de
la predicación de su mensaje.
El texto de la Palabra de Dios nos
indica la necesidad de realizar algunos cambios en nuestras vidas. Que
enderecemos aquellas cosas que están torcidas en nuestra manera de vivir el
mensaje de Jesús. A cada uno de nosotros nos toca descubrir cuáles son esas
cosas torcidas que necesitan enderezarse, a cada uno nos toca mirarnos hacia
dentro y descubrir cuáles son esos “valles a levantar” y esas “colinas que
necesitamos abajar”.
¿Será el no ser Buena Noticia para
quienes viven a mi lado? ¿Será confiar en los bienes materiales como mis
“salvadores”? ¿Será que veo en quien vive a mi lado un enemigo en lugar de un
hermano? ¿Será que vivo mi fe como una carga en lugar de como una liberación? ¿Será
que dejo a Dios solo para los momentos en los que no tengo otros asideros? ¿Será
que…?
El Adviento es una buena ocasión para responder a este tipo de preguntas, o parecidas, y también para lanzarnos a vivir desde la esperanza, el amor y la confianza en un Padre que nos abraza a diario y que quiere que le preparemos un ambiente agradable a su Hijo para que acampe entre nosotros. No es una mala invitación y merece la pena responder a la misma.
El Adviento es una buena ocasión para responder a este tipo de preguntas, o parecidas, y también para lanzarnos a vivir desde la esperanza, el amor y la confianza en un Padre que nos abraza a diario y que quiere que le preparemos un ambiente agradable a su Hijo para que acampe entre nosotros. No es una mala invitación y merece la pena responder a la misma.
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