Es muy, muy evidente la fragilidad de ese tesoro al que
llamamos “vida” y que todos queremos preservar. Todos los días tenemos muestras
claras de que esa fragilidad es una particularidad inherente a la misma palabra
“vida”. Personas que la pierden por una catástrofe natural inesperada que en
pocos segundos te la arranca. Un fallo técnico en la máquina que “no debiera
fallar” pero que en esa milésima de segundo inexplicable te arrebata ese tesoro
hiper-protegido. Un atentado como el que hemos visto en los medios de
comunicación estos días que convierte la ilusión de un viaje de placer o de
trabajo en una ratonera sin salida. Un deportista experimentado que no se sabe
cómo se desploma en una pared de nuestros cercanos Pirineos. Un fallo en
nuestro sistema nervioso o vascular y el tesoro acaba hecho trizas. Un vehículo
que se cruza cuando no debía. … Es un tesoro, nadie duda que lo sea, pero es
tan frágil que…
Somos conocedores de esta fragilidad y, de hecho, hacemos
innumerables esfuerzos por protegerla. Lo que no tengo tan claro es que seamos
conscientes de ello. Aclaro: no es lo mismo conocer que ser consciente.
Nada más lejano de mi intención que promover la creación
de una “burbuja particular” con la que proteger la vida de manera que no exista
peligro alguno ni contaminación posible ni oportunidad que nada ni nadie nos
minimice parte alguna de ese tesoro. Nunca se me ha pasado por la cabeza. Todos
entendemos que un tesoro cuya única misión sea guardarlo deja de serlo y se
convierte en chatarra sin valor alguno. ¿Para qué un tesoro que nadie lo puede
disfrutar, lo puede admirar o incluso compartir? Hasta los Museos saben que una
obra de arte que está permanentemente en sus almacenes no hace sino perder
valor y flaco favor se hace a su autor.
Es necesario hacer un esfuerzo por no confundir lo
que es cuidar el tesoro con “endiosar” su seguridad. Lo importante no es la
seguridad sino vivir, disfrutar del tesoro en lugar de quedarnos protegiendo su
fragilidad; el objetivo no es conseguir que nada ni nadie nos usurpe el tesoro
sino disfrutar del tesoro. Tengo la sensación de que, en la práctica, no
siempre está tan claro esta perogrullada. Basta abrir los ojos a nuestro
alrededor y descubrir cómo son muchos quienes prefieren tener un tesoro lleno
de herrumbre que tener otro un poco más “deteriorado” pero más aireado, saneado,…
aunque esté un poco más desgastado
Y cuando hablo de vida quiero dejar claro que no hablo
solo de vida=salud, que también, hablo de relaciones abiertas, hablo de experiencias
nuevas en las que uno se equivoca y esa misma equivocación es la que da
esplendor al tesoro, hablo de compartir e intercambiar tesoros que los hacen
más bellos, hablo de… VIVIR. Ni más ni menos.
Lo preocupante, lo peligroso, lo decepcionante, llega
cuando entramos en comparaciones y baremos entre tesoros, cuando nos atribuimos
potestades de acaparar otros tesoros, o parte de ellos, que no son los
nuestros. En definitiva, cuando nos otorgamos la facultad de valorar la
idoneidad y belleza de los tesoros de los demás.
Los creyentes decimos en voz alta que ese frágil tesoro
recibido tiene un principio pero no tiene fecha de caducidad. Que es un tesoro
para compartirlo y para hacerlo crecer repartiéndolo con quienes nos rodean y
que es un tesoro que nos hace felices, no orgullosos, porque es un regalo.
Somos conscientes de su gratuidad y por eso lo vivimos desde la gratitud. Pero,
además, y viniendo de donde viene el regalo, creemos en la eternidad de ese
tesoro y por eso nunca nos cansamos de alabar y bendecir al “Responsable” de
semejante regalo.
Gracias, una vez más y siempre, por este regalo.
Gracias Ritxar por dedicar estas palabras a la vida, realmente es un tesoro.
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