Todavía puedo percibir la
emoción que transmitían las cinco criaturas que hicieron su Primera Comunión el pasado día 28 de mayo
en la ermita de Etxaurren (Álava). Eran 3 niñas y 2 niños preciosos que, junto a sus familiares y
amigos nos acercamos a este precioso templo cuidado con mimo por la buena gente
que acude a misa en “los días que toca” subir a la Virgen. Y es que ese sábado era uno de esos días
señalados…
Allí estaba su párroco, Ritxar,
que, como siempre, era el primero en dar la bienvenida y estrechar la mano a
todos y cada uno de los que tuvimos la suerte de participar en esta Eucaristía
tan especial. Quizás faltaron las campanas para que todo resultara “perfecto”.
Si, si, digo “perfecto” porque hasta la naturaleza nos deleitó con unas
hermosas vistas de la Sierra Salvada. El sol nos acompañó desde el principio hasta
el fin de la celebración y favoreció el sacar más de una y de dos fotos.
Fue una celebración
entrañable, sencilla, familiar…, justo lo que cada uno de los que allí acudimos
estábamos deseando, estar “en familia” y
como tal, sentirnos en casa. La verdad, hacía tiempo que no participaba en una
Eucaristía de Primera Comunión en la que lo más importante no eran las ropas, los regalos, lo exterior,… menos mal.
No se puede negar que los
protagonistas, ese día, fueron: Irati,
Ixone, Eukene, Markel y Rafa, quienes recibían por primera vez a Jesús en la comunión. Pero, aparte de ellos, el
párroco insistió en que la familia era el elemento fundamental y por eso nos invitó a que todos
nos sintiéramos “partícipes” y no “espectadores” del mencionado acontecimiento.
Sinceramente creo que esa
invitación se hizo realidad, puesto que desde los más pequeños hasta los más grandes, cada uno aportó su
granito de arena: moniciones, peticiones, ofrendas…todas preparadas con mucho
cariño y hechas con esmero superando los nervios y las emociones del momento.
Es más, a más de uno nos emocionó sobremanera el “Agur Jaunak” tocado en el
momento de la consagración, con mucha delicadeza por un aita, y/o la canción
del final de la Misa, la sorpresa, el regalo que los ofrecieron los niños y
niñas de la Priemra Comunión, coreografía incluida… Sin duda alguna podemos dar
gracias a Dios por todo lo vivido y por las personas que a lo largo de estos
tres años han estado al pie del cañón: familias, párroco, catequista… ¡Gracias
a todos!
Pero el camino no ha
terminado, no, no, es sólo el inicio del seguimiento de Jesús como miembros de
una “gran familia” que es la Iglesia. Por eso hay que seguir dando ejemplo de
vida cristiana, entregada, de generosidad, de amistad incondicional; hay que
seguir animando a compartir, a hacer el bien, a… amarse como Dios nos ha amado.
Esta ha sido una de las invitaciones que nos hizo Ritxar en la homilía de aquel
día y que a mí, me gustaría recordar, para que no caigamos en eso de que “la primera
comunión es también la última”. Sería una pena, ¿verdad?
C.I.
(EAM)
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