En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Tratad a los demás como queréis que ellos
os traten; en esto consiste la Ley y los profetas.” (Mt 7,12)
Hoy, en las Eucaristías que se celebren en nuestros
pueblos o en cualquier lugar del mundo, se nos invita a recordar, orar y
reflexionar con este trocito del evangelio sobre el que me apetece “Compartir
sin prisa” con vosotros un sencillo comentario.
¡Qué bien suena! Quien diga que es difícil comprender la
manera de actuar a la que somos convocados los seguidores de Jesús es que no ha
escuchado, no ha leído o no ha dejado “reposar” en su interior este evangelio.
Es tan fácil…
Toda la Ley anterior a Jesús, toda las “intervenciones”
de los profetas en la historia del Pueblo de Israel, todo… queda recogido en
una máxima tan corta y tan radical como la que Jesús plantea: “…como queréis que ellos os traten”. Esto
lo comprendemos todos a la perfección. No son teorías sino experiencias
concretas.
No es necesario que dediquemos demasiado tiempo a la
reflexión y al estudio de no sé cuántas “verdades”. Se nos indica la forma de
actuar según una “fórmula matemática” muy sencilla y que nunca falla: ¿te gusta
sentirte querido?, ¿necesitas sentirte escuchado?, ¿requieres sentirte
perdonado?, ¿pides una segunda oportunidad?, … Esos mismos deseos, esas mismas
querencias, esos mismos sentimientos,…, exactamente los mismos, aplícalos con quienes
te ha tocado recorrer este camino al que llamamos vida. No algunas de las cosas
que necesito para ser feliz, todas.
Con el tiempo, con la mejor de las intenciones y no
siempre con los resultados deseados, hemos ido envolviendo con diferentes capas
de “normas y explicaciones” la sencillez y rotundidad de las palabras de Jesús.
Algunas de esas normas se han ido quedando en nuestra “memoria histórica” y
hemos terminado dando más importancia a la norma que a lo que la envuelve. Nunca
es tarde para regresar al núcleo y despojarnos de lo que nos estorba para
comprender cuál es la propuesta de Jesús.
No hay muchas afirmaciones más claras, contundentes y,
sobre todo, prácticas que esta frase del evangelio. Práctica a la hora de
comprender nuestra relación con el cercano y también con el lejano. Práctica para
“hacer política”, entendida como la organización de nuestro mundo. Práctica
para nuestra Iglesia que tantas veces se “devana los sesos” en encontrar su
lugar en el mundo. Práctica para acertar en el fundamento de las ONGs, de los
Sindicatos,… para todas las personas de buena voluntad, creyentes o no.
Basta con cerrar los ojos para imaginar por unos pocos
minutos cómo sería nuestro mundo si esta frase que hoy recordamos fuera el “leitmotiv”
de la realidad que nos envuelve. Y si se nos hace poco evocador desperdigarnos
por “el mundo”, hagamos ese ejercicio con realidades más cercanas como puede
ser la familia, los vecinos, el pueblo, mi cuadrilla de amigos,… ¿Si tratara a
todos como me gusta que me traten a mí? Cierro los ojos y… ¡Qué fácil… y qué
bello!
¿Imposible? ¿Quién o qué me lo impide? “Tal vez pueda intentarlo yo, pero…¿si los
otros no quieren?”. La respuesta a esa pregunta es clara: empieza tú, asume
el reto y las dificultades (nadie dijo que fuera fácil), sé feliz con esa
manera de actuar y… tal vez se anime alguno más a “tratar a los demás como…”.
De hecho hay mucha gente que ya vive de esa manera, todos lo sabemos y, además,
les conocemos. Basta abrir los ojos para ponerles cara a muchos de ellos.
Tendrán sus fallos pero sabemos que lo intentan y ese es ya un paso diferenciador
con respecto a quienes tienen como “objetivo vital” poner zancadillas a quien
pase a su lado. También conocemos a estos “zancadilladores”. No son muchos,
pero haberlos, los hay.
Creo más en los pequeños detalles, en la fuerza
revolucionaria de lo insignificante más que en las grandilocuentes planificaciones
universales. Creo más en los esfuerzos del que intenta hacer feliz al prójimo
que en manifestaciones gigantescas de poder.
Además, y esto me parece importante para no
cejar en el empeño, creo que nunca nos vamos a encontrar solos en esa manera de
hacer las cosas. Siempre vamos a sentir el apoyo de un Dios que comparte
nuestra realidad y que apuesta por lo sencillo y lo pequeño.
Sin duda,… merece la pena intentarlo.
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