Ha pasado ya
un año (24 de mayo de 2015) desde que el papa Francisco firmara en Roma la
Encíclica “Laudato si. Sobre el cuidado de la casa común”.
No sé si está
bien llamada “la Encíclica verde”, como
algunos la han denominado, pero lo que sí siento, y hoy quiero comunicarlo, es que
se trata de un texto al que merece la pena acercarse dispuestos a gozar, a
reflexionar, a rezar, a... Una redacción ágil, comparada con
otros documentos de este género, pero que necesita leerse con cierto
detenimiento para que no se trate de “un relato novelado” sino de un texto que
analiza realidades, que interpela actitudes y provoca respuestas.
El título de
la Encíclica está tomado del comienzo del Canto de las Criaturas de San
Francisco de Asís que comienza de esta manera: “Alabado seas mi Señor”. Una
oración de San Francisco en la que se nos recuerda que la tierra, nuestra casa
común, “es como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre
bella que nos acoge entre sus brazos”.
No es mi intención hacer un análisis
pormenorizado de la Encíclica porque no me siento capacitado para dicho
ejercicio y porque ya hay muchos realizados y es fácil de encontrarlos en los
buscadores de la red, pero sí que quiero aprovechar este espacio para hacer una
invitación a su lectura ya que en este momento social en el que nos
encontramos, en este ambiente electoral que todo lo matiza, en este esplendor primaveral
de la “madre tierra”, en este momento crítico de “ataque” al medio ambiente,…
creo que es un elemento que nos va ayudar a reflexionar.
Sí quisiera comentar brevemente algunos de los planteamientos,
afirmaciones, cuestionamientos,… que más me han gustado-interpelado.
El primer interrogante que me apetece compartir con vosotros es el que el
papa plantea en el nº 160 de la Encíclica: “¿Qué
tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están
creciendo?”. Un interrogante que tantas nos lo hemos hecho en nuestras
reflexiones personales, grupales o simplemente como tema de tertulia. “¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué
vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita
esta tierra?”.
Me he sentido identificado con estos interrogantes porque me parece que es
una cuestión básica al preguntarnos por nuestra relación con la naturaleza y el
medio ambiente. Una pregunta que no siempre está presente en los análisis de la
realidad que se realizan y que lleva a auténticas ofuscaciones en el “cuidado
de esta casa común”. “Lo que está en
juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en
dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá”.
Si no nos planteamos estas preguntas de fondo, dice el papa, “no creo que nuestras preocupaciones
ecológicas puedan obtener resultados importantes”. Estoy plenamente de
acuerdo con él.
Me atrevo a invitaros a leer despacio el primer capítulo sobre “lo que le está pasando a nuestra casa”.
Un análisis de la realidad en el que se analiza el calentamiento global, el
agua, el deterioro de la calidad de la vida humana, la deuda ecológica del
Norte con el Sur,… Como en todo análisis que hace “el otro”, siempre se echa en
falta alguna cosa y piensas que lo mejorarías añadiendo otras, pero en este
caso creo que es un análisis que lo podríamos firmar gran parte de los mortales.
Y el segundo, y último, de los puntos que quería compartir en estas líneas
es lo que, personalmente, creo que es el núcleo de la propuesta que se hace en
la Encíclica: la apuesta por una “ecología integral”. Una ecología que “incorpore el lugar peculiar del ser humano
en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea”. Simplemente,
no es posible “entender la naturaleza
como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida”. “El análisis de los problemas ambientales es
inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales,
urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma”.
Una ecología integral que es imposible de poner en marcha y adecuar a
nuestra realidad sin dedicar un espacio preeminente a la “noción del bien común”. Una noción que jamás debe convertirse en
palabra bonita o teoría muy bien desarrollada sino práctica diaria y en todos
los parámetros de la existencia: “donde
hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas
de derechos humanos básicos, esforzarse por el bien común significa hacer
opciones solidarias sobre la base de una «opción preferencial por los más pobres»”.
Deseo haber conseguido que recibáis con agrado esta invitación a una
lectura sosegada de la Encíclica y concluyo sintiéndome agradecido por poder compartir
con vosotros algunas de los temas que me apetecía comunicar en estos momentos.
“La forma correcta de interpretar el
concepto del ser humano como « señor » del universo consiste en entenderlo como
administrador responsable”.
https://w2.vatican.va/content/dam/francesco/pdf/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si_sp.pdf
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